
Los Verdes alemanes fueron de los primeros en condenar sin paliativos el ataque de Hamás contra civiles israelíes. El canciller Scholz, socialdemócrata, ha sido el primer mandatario occidental en visitar Israel para mostrar su apoyo después de la masacre. En Francia, parte de la izquierda criticó sin ambages a Mélenchon por declaraciones más equilibradas que las de Sumar y su subgrupo, Podemos. El presidente de Israel, Isaac Herzog, del partido Laborista, ha tenido duras palabras para los que dieron por seguro, sin contrastar ni confirmar, que la explosión en un hospital de Gaza había sido obra de Israel. Esta es una izquierda, pero hay otra, y la tenemos aquí.
En España, miembros del Gobierno acusan a Israel de genocidio, quieren llevarlo al Tribunal Penal Internacional por crímenes de guerra, y la parte socialista del Gobierno evita pronunciarse. Hay en el Consejo de Ministros quienes no condenaron la masacre perpetrada por Hamás más que en términos genéricos —"venga de donde venga"— y los ministros socialistas nada tienen que decir al respecto. Lo único que se les ha escuchado es que en política exterior, la voz del Gobierno es la del presidente y la del ministro de Exteriores. Una suerte de aclaración administrativa. ¿Voz? ¿Qué voz? La voz de los socialistas del Gobierno es inaudible. Mandan las voces de Belarra y su gente.
Podemos ha entrado en una de sus melopeas de agitación e intoxicación y no va a parar. La supuesta moderada Díaz se ha subido al carro y compite en furor antiisraelí. En las carreras de los radicales, siempre gana el más radical, y el que no se sume, queda eliminado. Este era también el significado de Sumar. Mientras, el PSOE es insignificante. No puede frenar a su socio principal ni quiere ponerle freno. Porque no sólo está atado por la aritmética. Eso sólo lo cree, en su propia visión administrativa de la política, el partido de Feijóo.
La existencia de una izquierda radicalmente antiliberal y antioccidental ha sido y es un seguro de vida para los socialistas españoles. Mientras en otros lugares, los socialdemócratas la frenan y ponen distancia, el PSOE deja que abra el camino. Cuando se vieron a punto de ser sobrepasados por ella, hicieron algo tan heroico como unirse a ella. A partir de cierto punto, siempre han tenido que contar con ella. Desde el fin de la era de González y Guerra, ahora tachados de "desleales", el Partido Socialista no hubiera gobernado en España sin la ayuda de la izquierda extrema. No por la aritmética, sino por la agitación. No por los escaños, sino por las campañas: el Prestige, el noalaguerra, los tres días de marzo. Esa ha sido la fórmula en los últimos veinte años. Aquello de que unos mueven el árbol y otros recogen las nueces. Por eso ahora, el PSOE calla. Calla y otorga.
