
Si algún día un futuro gran poeta español escribe una divina comedia del siglo XXI, quizá el curso que tenga que cruzar para visitar el Hades ya no sea el Aqueronte ni la laguna Estigia, sino el Miño, río de meigas y hechiceras. Tal vez ya no acuda Caronte en su barcaza a ayudarle a salvar la corriente y sea Marcial Dorado el que lo haga en su yate de narcotraficante. Y a lo mejor quien le guía no es ya Virgilio, sino Francisco de Quevedo, ducho en las debilidades hispánicas.
En el círculo de la lujuria encontrará al tito Berni, condenado a yacer una y otra vez con las más horrorosas criaturas. En el de la gula, hallará a Ángela Rodríguez Pam, sentenciada a engullir píos nonos sin tregua, por su gula y por su impiedad. En el de la codicia verá que no cabe un alma más, aunque reconocerá a Griñán y a Chaves, penados a contar moneda a moneda los 679 millones de los ERE y luego vuelta a empezar. En el de la ira, habrá pocos iracundos, pero muchos soberbios, envidiosos y perezosos. Allí estará Pedro Sánchez, castigado a mirarse en el espejo sin poder apartar de él la mirada para toda la eternidad. Y allí penará Albert Rivera, obligado a escuchar en bucle los discursos de Inés Arrimadas, mucho más brillantes que los suyos. También oirá los lamentos de Mariano Rajoy, sometido a la tortura de escuchar Radio Marca veinticuatro horas sobre veinticuatro. En el de la herejía, arrastrará su alma Alfonso Guerra, sancionado a leer El espíritu de las leyes de Montesquieu sin fin. Y en el de la violencia, estará Otegui huyendo de mil demonios, que le arrancarán los ojos a picotazos sólo para que vuelvan a nacerle en sus cuencas y poder serle arrancados de nuevo en un eterno martirio.
En el circulo del fraude, al fin, estará el alma horripilante, más fea que su cuerpo, de Cristóbal Montoro. Su sentencia le obligará a ser perseguido eternamente por la fiscal García Cerdá con métodos injustos para castigar las muchas iniquidades cometidas cuando estuvo entre nosotros. Se verá también obligado a cumplir pena de prisión por delitos no cometidos como penitencia por los muchos que en vida quedaron impunes.
Y por último verá cómo una turba de arpías le priva de toda posesión hasta arrancarle las mismas ropas que vista y quedar así in puribus ante los muchos contribuyentes a los que esquilmó con arbitrariedades y métodos infames. Y, como todavía la pena le parecerá poca en comparación con lo mucho malo que hizo en la Tierra, se carcajeará con su gélida risa de sanguijuela, siempre insatisfecha, helando la sangre de las almas en pena. Éstas tendrán como castigo, además de la sanción que personalmente tenga que cumplir cada una, la de soportar la compañía y la visión de un ser tan maligno.
Por último, en el círculo de la traición, encontrará el visitante el alma de Zapatero. Lo verá condenado a tener que asistir al desfile de las Fuerzas Armadas 365 días al año y a soportar los merecidos abucheos y pitidos, que jamás terminarán, por los siglos de los siglos. Y aun así el poeta no habrá conocido más que un mínimo ejemplo de lo que los políticos españoles se ganaron durante su breve estancia en este valle de lágrimas.
