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EDITORIAL

Vox no debería caer en la manía persecutoria

Estaría bien que, antes de culpar al PP de todos los males, los dirigentes de Vox valoren su propia responsabilidad en la deriva preocupante de su partido.

Los ataques del partido de Abascal a Núñez Feijóo, al que acusan de exceso de tibieza en la manera de enfrentarse al desafío constitucional planteado por Sánchez, no contribuyen a la unidad de acción del centro-derecha que el propio partido conservador considera su principal objetivo. Las últimas palabras del secretario general de Vox, Ignacio Garriga, en las que especula incluso con una ruptura de relaciones con la cúpula del PP no son, desde luego, el mejor camino para que ambos partidos actúen con la colaboración que se espera de ellos en unos momentos trascendentales para el futuro de España.

Garriga se contradice a sí mismo cuando no es capaz de concretar en qué se va a traducir esa posible ruptura de relaciones que, como aclaró a continuación, no va a afectar a los gobiernos autonómicos de coalición. ¿De qué ruptura habla entonces el secretario general del partido de Abascal, si ni siquiera va a ser suficiente para cancelar los únicos acuerdos formales existentes con el PP? Vox no debería especular con amenazas que no está dispuesto a cumplir, como hizo ayer Ignacio Garriga en una intervención lamentable que, además, deja en un pésimo lugar a los vicepresidentes, consejeros y demás altos cargos de su partido en los gobiernos presididos por el PP.

La justificación del estropicio que Vox pretende organizar por boca de Garriga es la falta de colaboración del PP, que "ni siquiera ha dado muestras de que quiere avanzar de verdad en dar una respuesta coordinada al golpe", lo que, a juicio del secretario general partido conservador, implica que "el PP no quiere trabajar de la mano de Vox". El argumento se convierte más bien en un pretexto, por cuanto las acciones emprendidas por el Partido Popular para liderar en la calle y en las instituciones una respuesta eficaz a los planes golpistas de Sánchez resultan difícilmente reprochables. Desde luego, nada tiene que ver su actitud de ahora con la decepcionante ambigüedad con la que el PP ha planteado anteriormente su oposición al sanchismo, especialmente cuando Núñez Feijóo trataba de gestionar su propia investidura.

Por otra parte, las críticas continuas al Partido Popular por todo lo que hace (o no hace) en función de lo que le gustaría a Abascal casan muy mal con la exigencia del partido conservador de que nadie cuestione las acciones de protesta que lidera o apoya, aunque algunas de ellas hayan adquirido con el paso de los días un cariz, cuanto menos, extravagante. Vox debería mostrar hacia las iniciativas del PP el mismo respeto que exige cuando se trata de acciones en las que participan activamente sus dirigentes y simpatizantes.

Más preocupante aún resulta el momento en que se producen estas declaraciones de Garriga, justo cuando se ha conocido que el PP se ha hecho con la presidencia de doce comisiones parlamentarias tras una negociación con el resto de fuerzas mayoritarias del Congreso, mientras Vox se ha quedado fuera del reparto. Sería bien triste que los resentimientos por un asunto tan poco edificante como el reparto de sillones esterilizaran la necesaria coordinación del centro-derecha español en un momento tan grave como el que atravesamos. Por eso, estaría bien que, antes de culpar al PP de todos los males, los dirigentes de Vox miren hacia dentro y valoren su propia responsabilidad en la deriva preocupante de su partido, que sigue siendo un pilar fundamental para plantear con éxito una respuesta eficaz a la intentona golpista del sanchismo.

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