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EDITORIAL

Un discurso oportuno y ejemplar

Este último discurso del Rey de España se ha producido de manera exquisitamente ejemplar y en el momento en que resultaba más necesario.

El mensaje que el Rey Felipe VI dirigió a los españoles la pasada Nochebuena es una de las piezas oratorias más importantes del monarca desde su memorable intervención en la noche del 3 de octubre de 2017, en plena asonada separatista. Las palabras de Felipe VI se centraron en defender férreamente la vigencia de dos realidades indisolubles, España y su Constitución, sin cuya existencia simultánea no es posible sostener nuestro actual régimen democrático de libertades.

En plena operación para desacreditar la obra política de la Transición, el rey recordó a todos que "la democracia también requiere unos consensos básicos y amplios sobre los principios que hemos compartido y que nos unen desde hace varias generaciones", una unión que, señaló a continuación, "tiene profundas raíces históricas y culturales".

Felipe VI apeló también a la unidad de España como el valor fundamental de nuestro orden político y "la razón última de nuestros éxitos y progresos en la historia reciente". Así pues, la unidad de la Nación española no es solo un mandato constitucional que hay que cumplir por un imperativo jurídico, sino un bien político que "cada institución, comenzando por el rey", tiene el deber de proteger en defensa del interés general de todos los españoles. No es casual que sus palabras tengan lugar en un contexto político creado por el Gobierno para, precisamente, dividir a los españoles creando un muro entre ellos cuyo levantamiento fue anunciado ya el mismo día de la sesión de investidura.

Pero el momento del discurso de mayor enjundia, por su perfecta aplicación al momento político actual, se produjo cuando el rey se refirió a la no injerencia entre los distintos poderes del Estado, enfatizando el deber de "respetar también a las demás instituciones en el ejercicio de sus propias competencias y contribuir mutuamente a su fortalecimiento y a su prestigio". En unos momentos en los que la imagen política de España se degrada en oscuros encuentros internacionales, exigió también a todos "velar siempre por el buen nombre, la dignidad y el respeto a nuestro país", otro momento señero en el discurso real que no podía resultar más oportuno.

Felipe VI demostró con su mensaje que es bien consciente de la gravedad de la situación actual y de las amenazas que de ella se derivan para el futuro de todos los españoles. Sus palabras tuvieron la virtud de señalar esos problemas con la debida contundencia, no exenta de su habitual elegancia retórica y un exquisito respeto al papel que la Constitución atribuye a la institución de la Corona. La algarabía descerebrada de los radicales izquierdistas que apoyan al Gobierno demuestra también, por si fuera necesario, que este último discurso del Rey de España se ha producido de manera exquisitamente ejemplar y en el momento en que resultaba más necesario

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