Menú
Juan Cermeño

Mediocres sin hijos

Cuando uno mira alrededor, encuentra vidas que son auténticos accidentes a cámara lenta.

"A veces pienso en la gente sin hijos, y me fascina que dispongan de todo el tiempo del mundo para ser mediocres", tuiteaba Alberto Olmos hace unos días. Las redes son el lugar preferido de la sentencia y el tópico, hogar del blanco y negro, pero también así es la vida, por eso existe la estadística, y nadie que quiera entender echaría a Olmos a los perros por esa afirmación –quizás alguna fémina del departamento de felinos y ansiolíticos–. Y es que cuando uno mira alrededor, encuentra vidas que son auténticos accidentes a cámara lenta. La condena nunca es inmediata o espontánea; es una larga pendiente cuesta abajo y con frenos. Y hay puntos de inflexión y decisiones que estrechan el cerco de los infiernos y acrecientan la mediocridad: la infidelidad, la relación que se deja porque caduca la novedad, los hijos de los que reniegas si pudieras volver atrás…

El llamamiento a la natalidad de Olmos encierra una verdad incómoda: el espíritu de las nuevas generaciones es víctima de la eterna búsqueda de certezas en un espejismo de infinitas posibilidades. Decía Napoleón que las últimas luces vienen con la acción, o, más prosaico, no canta el pájaro porque es feliz, sino que es feliz porque canta. Nunca hubo certezas y la única habida y por haber es que, precisamente, las luces se apagarán. No sé si merecemos la etiqueta de víctimas en un mundo donde se suele ignorar a las auténticas y hay quienes se jactan de que su avión se va a estrellar. Algunos viven ajenos a su desastre vital, a ese accidente a cámara lenta, encadenando experiencias y sensaciones merced a una dopamina maleducada. Otros, en cambio, padecen el síndrome del fumador pasivo: no sucumben a los principios de nuestro tiempo, pero tampoco escapan a sus males. Cientos, miles de treintañeros sanos, equilibrados y valiosos sufriendo las taras adolescentes del personal y rezando a todos los santos para encontrar a otro congénere normal en el manicomio. Como si la vida deseada les esquivara. Se hace necesario invertir en el desarrollo de un filtro en las aplicaciones de citas que expulse a los adultos que no hayan desarrollado sus capacidades cognitivas y emocionales: a veces, el tarado se camufla en la distancia virtual.

Esto de la mediocridad es un accidente de la voluntad, la fortuna y el espíritu. Y de la vara con la que se mida. Conozco algunos abnegados mediocres, de tal condición por decisión propia, empeñados en ser invisibles a los ojos del prójimo a costa de esa búsqueda de certezas. Tal es el caso de María, que abandonó este mundo hace unos años para instalarse en un convento de clausura en el páramo castellano, y su sólo recuerdo sostiene mi voluntad cada vez que caigo en la tentación de la mediocridad. El asunto es paradójico: María no hace nada y a la vez hace todo; se da la circunstancia de que ella podría ser una mediocre más porque no tiene hijos ni aporta nada tangible a este mundo, al igual que yo. Y es que confieso formar parte de la caterva. Desde el café hasta la vuelta a las sábanas, en cada momento y en todas partes, haciendo cualquier cosa y sobre todo pariendo líneas. Cada día me pregunto si soy parte del espejismo o víctima del resto, si vivo la vida para la que fui concebido –si es que tal cosa existe– o desciendo a los infiernos a cámara lenta. Por el momento, soy de la opinión de Machado, que resumió todas estas líneas en su célebre "se hace camino al andar" y de Napoleón, con el pequeño matiz de usar un poco la cabeza para no invadir Rusia en invierno.

En España

    0
    comentarios