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Daniel R. Rodero

¡Viva Barrabás!

España vuelve a ser católica durante unos días, para continuar ciscándose en Dios a partir del lunes de Pascua.

España vuelve a ser católica durante unos días, para continuar ciscándose en Dios a partir del lunes de Pascua.
La cofradía del Cristo de la Salud de la hermandad del Vía Crucis durante su recorrido hoy lunes por las calles de la judería de Córdoba. | EFE

Escribir en periódicos es practicar el funambulismo entre el cable de la ingratitud y el abismo de la mentira. Significa esto que decir la verdad hace perder amigos y que gentes que en su momento se portaron cariñosamente con uno llegan a escamarse por un quítame allá esas pajas. Yo, como soy joven, puedo decir que en esto hablo de oídas y que me ocurre lo opuesto. Hay personas que nunca se distinguieron por tratarme con demasiada cordialidad, pero, al descubrir en redes que de cuando en cuando publico alguna columna, se me pegan como chinches y me escriben para que tomemos unas cervezas (aunque sin otra intención que la de subir la foto a Instagram y presumir de "amistades").

A mí esto me parece absurdo; sobre todo, porque las métricas dicen que no tengo más de cuatro lectores —yo sé quiénes son, aunque me reservo su identidad para no comprometerles— y a fin de cuentas no dejo de ser el último mono del articulismo patrio. Así que, aprovechando mi escaso público, voy a hacer algo de crítica de costumbres, que es lo que hacemos los intelectualillos cuando nos quedamos sin ideas o cuando ya no encontramos de dónde copiarlas.

Resulta que tenemos al país peripuesto de Semana Santa, planchando túnicas y remozando capirotes, a la espera de procesionar entre tallas e incienso. Cereros y floristas aprovechan para hacer su agosto y Noruega no da abasto exportándonos bacalao. Mientras tanto, el personal mira al cielo con miedo a que llueva. Porque si llueve, todo serán lágrimas y gestos enrabietados. España vuelve a ser católica durante unos días, para continuar ciscándose en Dios a partir del lunes de Pascua.

Nada más lejos de mi ánimo el decirle a la gente cómo tiene que relacionarse con la trascendencia, cómo salvar ese denso vaporcillo al que llamamos alma, ni si debe creer en algo y en qué. Con la conciencia del prójimo, uno no debe meterse nunca (a condición, claro, de que el prójimo se ajuste escrupulosamente al principio de reciprocidad). Pero sucede que uno —que ha sido católico practicante hasta hace un par de años, aunque ahora se reconozca con ademanes de curita unamuniano— ve la Semana Santa como un éxtasis de paganismo confundidor. Tambarria y esperpento, don Guido y más don Guido.

Gente que presume en Internet de lo bien que vive para darse el gustazo de chinchar al vecino; que se mofa del indefenso; que escupe en las aceras; que entiende el fracaso ajeno como un acto de justicia y el propio como una conspiración de indeseables; que zancadillea al compañero de escalafón; que engaña a su cónyuge; que peca y lo proclama sin dolor de los pecados ni propósito de enmienda; que hace chistes sobre lo puta que es la mujer de tal o cual mamarracho; que idea negocietes a expensas del ministerio amigo; que murmura hasta de los propios padres; que levanta infamias allá por donde pisa; que ríe para sí las desgracias de quien se le pone en frente; que es sumiso con el poderoso y déspota y cruel y despiadado con el debilucho; que se precia de no perdonar; que no practica otra religión que el hedonismo excluyente; que abusa de la bondad de los cándidos; que, cuando golpea, responsabiliza a la víctima porque no se quitó a tiempo… esta gentuza, en fin, tan abundante como monstruosa, lloriquea patéticamente si no puede sacar al Cristo o a la Virgen de todos sus amores. Incluso compite con los demás hipócritas-portacirios por ver quién llena más calderos de lágrimas. (Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará).

Hay una España hortera, bien instalada y pesadísima que, reacia a vivir la Semana Santa como un momento de introspección y penitencia, la celebra festivamente; venera imágenes implorando dones que casi siempre implican males para otro y aprovecha la verbena para exhibirse. Más que un rito religioso, esto parece una convención de hinchas de no se sabe bien qué: si de un torero de duende o de un equipo de fútbol. Que durante esta semana los bares estén más animados indica que la gente no sabe muy bien lo que se conmemora.

En la estantigua de la desubicación y el folclorismo, las procesiones de Zamora, Salamanca o Valladolid insisten en incorporar rasgos de las andaluzas, como mujeres cantando saetas con acento falsorro y públicos disfrazados de señoritos sevillíes (chinos beige, americanas de botón dorado, corbatas con nudos más anchos que el propio cuello y pañolones en el bolsillo). Cualquier día hasta nos clonan a Fran Rivera so pretexto de que los viernes santos de todas las ciudades tienen derecho a presumir de uno, a ver si así las sacan en los programas del corazón.

Se diría que la sobriedad silente y recogida de la Semana Santa del norte —su austeridad de gestos y su unción románica— interesa poco. Le falta glamur, exhibición, fotogenia. Acaso encierre más sentido teológico o invite a pensarla con mayor hondura, pero abstenerse de hedonismos en un mundo con redes sociales es pecado mortal.

Salvo cuatro cofrades que suplican misericordia para sus yerros más íntimos, la feligresía se complace en representar —sin saberlo siquiera— la esencia exacta de la Pasión. Los nazarenos actúan como inspirados por el pueblo de Jerusalén, que ensalzó a Jesucristo el Domingo de Ramos y pidió el viernes el indulto para Barrabás. Así las cosas, uno entiende mejor a aquellos iconoclastas para quienes la Fe debía mostrarse en las obras de todos los días y no en la adoración exagerada a ciertas imágenes.

Por lo pronto, en el Sumo Sanedrín ríen ya a mandíbula batiente porque saben que este año han vuelto a ganar la partida. Todos los días Cristo muere en la cruz gracias a los berridos de esa muchedumbre que lo procesiona esta semana pero prefiere a Barrabás el resto de ellas.

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