La esposa del presidente del Gobierno mantuvo contactos con el comisionista de la trama socialista de las mascarillas Víctor de Aldama cuando en el Ejecutivo se tenía plena constancia del crítico perfil de este individuo. Un informe de la Oficina Nacional de Investigación del Fraude (ONIF) remitido a la Audiencia Nacional daba cuenta con todo lujo de detalles de la peligrosidad de Aldama, de sus ocultación de ingresos, de sus elevados gastos y de la opacidad en torno a sus negocios y manejos. Aldama estaba en el punto de mira de la Agencia Tributaria por la concurrencia de circunstancias extremadamente sospechosas. Se le definía como "un no declarante de IRPF desde el ejercicio 2015" que supo ocultar su "importante actividad económica como consultor e inversor inmobiliario, con negocios de restauración y con actividad comercial nacional e internacional".
El comisionista no declaraba a Hacienda, reconocía unos magros ingresos pero mantenía una agenda impactante. Begoña Gómez, la esposa de Pedro Sánchez, era uno de los nombres destacados de esa agenda, un contacto apabullante que permitía al comisionista expresar el nivel de sus contactos. Aldama presumía de tener una entrada privilegiada en los despachos del Gobierno. Exhibía influencias y relaciones, manejaba información reservada y se movía con un sospechoso desparpajo, pero no tan sospechoso, al parecer, como para alertar al círculo privado de Sánchez de los peligrosos contactos profesionales de su pareja, totalmente expuesta en el contexto altamente inflamable del rescate multimillonario de Air Europa.
Los datos y detalles contenidos en el referido informe fiscal retratan a un personaje turbio cuya mera presencia en una reunión junto a Begoña Gómez debería haber activado todas las alarmas del Gobierno. Sin embargo, no pasó nada de eso, sino todo lo contrario. Aldama siguió a lo suyo, igual que la mujer del presidente. El contacto de Begoña Gómez se movía como un gran experto en comercio internacional con negocios en medio mundo, un hombre de negocios con amplios conocimientos, magníficos contactos en Venezuela, excelentes relaciones en el PSOE y en el Gobierno y grandes capacidades resolutivas. La Agencia Tributaria estaba perfectamente al corriente de que se trataba de un defraudador desde al menos 2015, un tipo capaz de sostener que tan sólo ingresaba diez mil euros al año pagados por una sociedad denominada "Deluxe Fortune", un apaño que le permitía constar como no declarante del IRPF al tiempo que mantenía un elevado tren de vida. En fin, un personaje como mínimo vidrioso y cuyo perfil tendría que haber disparado las alertas de Moncloa nada más contactar con la mujer del presidente. No fue el caso, lo que alimenta aún más la urgencia de explicaciones por parte del Ejecutivo.

