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Vuelve a volver Franco

Cómo le vamos a pedir al presidente del Gobierno que respete a los muertos si no se respeta a sí mismo.

Sin duda alguna el sanchismo y el propio Pedro Sánchez están en uno de los momentos más bajos de su ya larga permanencia en el poder. A la debilidad parlamentaria que ha tenido siempre y la extraordinaria dependencia de todos los separatistas asumida en esta legislatura se les une la evidencia de una corrupción generalizada dentro del PSOE, que afecta a varios cargos de su Gobierno y, sobre todo, a él mismo a través de los tejemanejes cada vez más pestilentes de Begoña Gómez.

Ante esta situación y muy lejos de asumir algún tipo de responsabilidad política, el presidente y sus estrategas monclovitas han vuelto a sacar a pasear al franquismo como elemento de actualidad, tratando de convencer a la opinión pública de que una dictadura que acabó por su propia voluntad hace casi cincuenta años es mucho más peligrosa que la que el propio Pedro Sánchez está intentando poner en marcha ahora.

Porque mientras el PSOE y sus medios afines hacen numeritos en el Valle de los Caídos y se escandalizan por una placa histórica en un edificio, los demás asistimos entre atónitos y aterrados al desmontaje sistemático del Estado de derecho, el completo vaciamiento de la Constitución y, también, a las actitudes chulescas y matoniles de muchos miembros del Consejo de Ministros, instalados en una persecución a la oposición y amedrentamiento a la prensa y a los ciudadanos al que muy pocos ministros de Franco se habrían atrevido.

Una realidad frente a la que se monta esta gran operación de despiste que es el revival recurrente del franquismo, en la que están dispuestos a cualquier cosa, para empezar ir al choque institucional emprendiendo una cacería política contra las leyes de Memoria de varias autonomías, que tienen todo el derecho a legislar en este campo aunque lo hagan en un sentido ya no opuesto, pero al menos distinto a las barrabasadas divisorias impuestas por el PSOE y sus socios.

Y para continuar, hacer el más espantoso de los ridículos, que es lo que ha hecho el propio Pedro Sánchez este jueves, con un disfraz a mitad de camino entre un forense y los equipos de contaminación biológica que vemos en las películas y exhibiendo con una total falta de respeto unos huesos que no eran curiosidades arqueológicas de hace dos milenios, sino los restos de esas víctimas a las que presume de defender.

Esa falta de respeto ha sido la característica principal de una carnavalada que ha sacrificado a la propaganda política el decoro mínimo que se le debe a un lugar sagrado en el que miles de personas –de uno y otro bando, recordémoslo– están para descansar se supone que en paz y no para ser exhibidos en un clip de publicidad política, entre grandes focos, el sonido de las cámaras de los fotógrafos y la cara de no entender nada de lo que le estaban diciendo de Pedro Sánchez.

Por otro lado, cómo le vamos a pedir al presidente del Gobierno que respete a los muertos si no se respeta a sí mismo, que es lo mínimo que se puede decir de una persona que miente cada vez que abre la boca y que no duda en disfrazarse de fantoche y ponerse a remover cadáveres para hacer propaganda electoral.

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