
Sánchez ha escrito una carta impropia de alguien con sentido del decoro y la moralidad. Refleja con precisión la situación de un país absolutamente desmembrado en términos políticos. La carta de Sánchez es otro engaño. Una enorme estafa. Una farsa. Farsante, por lo tanto, si se queda; farsante, si se va, y, siempre, será un farsante de un país sin agallas, o sea, sin nación. Nadie ha salido al medio de la calle a pedir su dimisión. El daño está hecho. Da igual la decisión de Sánchez. No importa tanto que se quede o que se vaya, porque la tropelía ha dejado al descubierto un país absolutamente desmoralizado. Ha logrado poner en evidencia que el pueblo, la ciudadanía, no es nada sin un guía, un gobernante, por miserable y farsante que sea. Se han visto con nitidez todas las costuras del pobre Estado de derecho que soporta un régimen político de cartón-piedra. Una democradura.
Y es que en el pecado, como dice el refrán, llevamos la penitencia. Aquí nadie está libre de responsabilidades. Conocemos al gran irresponsable de que España entera esté destrozada. Pero no creo que sea el único culpable. Es la hora de exigirnos y pedirnos responsabilidades. No preguntemos a otro qué pasará mañana. No miremos al otro para culpabilizarlo, sino preguntémonos que hemos hecho nosotros para detener a un político, a una casta de políticos, que ha elevado a Sánchez hasta la más alta magistratura de la Nación para convertirla en el principal instrumento de su enriquecimiento familiar. ¿Qué hemos hecho cada uno de nosotros para detener a alguien que sabíamos que estaba engañando a la nación entera? Arrojemos las caretas al fuego y comience el baile con los rostros descubiertos.
La farsa, sí, continuará el lunes. El protagonista máximo de la representación seguirá siendo Pedro Sánchez. Es la máxima expresión de la elite política más irresponsable y corrupta del siglo XXI. Su figura personal sintetiza todas la perversiones del régimen democrático; empezando por convertir la mayoría política en el principal instrumento de corrupción moral, política y económica que este país haya conocido desde la muerte de Franco, pues que nadie debería olvidar que poco antes de hacer pública la famosa carta, impropia de alguien con dignidad política, dijo que nueve de cada diez votos emitidos en el País Vasco pertenecían al PSOE. He ahí el mayor fraude, en realidad, tortura intelectual que un dictador puede ejercer sobre cualquier defensor de la democracia. Es la exaltación del juego de la mayoría política, y el correspondiente pisoteo del respeto a la minoría, el látigo utilizado por este tipo para arruinar cualquier intento civilizado para que funcione un sistema democrático.
Preparemonos para seguir soportando este mal rollo de una democracia que es una dictadura, una democradura, y comencemos por aceptar lo más obvio que a la Oposición no se le ha ocurrido otra cosa mejor, durante los últimos cinco días, que pedirle a los ciudadanos que escriban cartas a Sánchez contándoles sus problemas. Sin comentarios. O mejor sí que lo tiene: un país, una oposición, que es incapaz de detener las tropelías de un tipo que sólo ha perdido elecciones, tiene seguramente lo que se merece. La Oposición tiene también una especial responsabilidad de la caída de España en el abismo.
