El sorprendente anuncio de Pedro Sánchez de ausentarse de sus deberes durante cinco días para reflexionar sobre su continuidad en la presidencia del Gobierno ha provocado un movimiento de adhesiones inquebrantables más propias de una dictadura en apuros que de un Gobierno democrático.
Desde que Sánchez publicó en las redes sociales su famosa misiva hemos asistido al espectáculo bochornoso de periodistas y medios afines al gobierno, o directamente dependientes él, saliendo en tromba a defender el honor del presidente y su señora al tiempo que lanzaban furibundas acusaciones contra los medios y periodistas que, al contrario que ellos, están ejerciendo limpiamente su deber de informar sobre las tropelías del círculo cercano de Sánchez, sobre el que pesan no pocas sospechas de corrupción.
Es asombroso que los lacayos del poder protesten por que se investigue a Begoña Gómez, como si la mujer de Sánchez fuera un personaje intocable tal que los familiares de los tiranos en los regímenes dictatoriales. Ni en las postrimerías del franquismo se produjeron alardes tan serviles de la prensa hacia el régimen, pero la degradación de la vida política con la llegada de Sánchez al poder es tan abrumadora que da lugar a situaciones impensables en los medios de comunicación de las democracias asentadas. Solo el editorial conjunto de los medios catalanes contra la sentencia del TC sobre el Estatuto de Cataluña se iguala en indignidad al brote histérico que sufre la prensa autotitulada progresista desde hace unos días.
Los periodistas de carril, encabezados por la agitadora oficial del sanchismo en la televisión pública, deberían mirarse en su propio espejo y recordar sin ir más lejos su actitud respecto José Luis Ábalos, exministro de Transportes y número dos de Sánchez en su día, que fue expulsado del grupo parlamentario socialista y convertido en un apestado político sin que pesara sobre él ninguna acusación judicial. Los mismos que callaron entonces, hoy vociferan en defensa del honor de la mujer de Sánchez que, al contrario que Ábalos, sí ha despertado el interés de un juez, que ya ha abierto diligencias para esclarecer posibles delitos de tráfico de influencias y corrupción.
La jornada de este pasado sábado había sido preparada por lo que queda del PSOE como un acto de desagravio hacia el presidente y su señora, a través de una concentración ante la sede de Ferraz que se preveía multitudinaria. El éxito de convocatoria, sin embargo, ha resultado perfectamente descriptible y eso que las federaciones socialistas han dado lo mejor de sí mismas transportando a Madrid autobuses enteros de jubilados a jalear a Pedro y Begoña. Allí se encontraron con la inefable María Jesús Montero, convertida para la ocasión en una animadora sociocultural especialmente gritona, como si en vez de vicepresidenta del Gobierno fuera la presidenta del club de fans del cantante del momento, de visita en Madrid para dar un concierto. Las cifras de asistentes, sin embargo, confirman el fracaso de este festival de adhesiones inquebrantables para insuflar ánimos a una militancia socialista que, por lo que se ve, ha empezado a huir despavorida.
El bochorno de este acto fallido de exaltación sanchista no oculta, sin embargo, la gravedad del órdago que Sánchez ha planteado a la sociedad española. Se vaya o no este lunes, el daño provocado es ya irremediable. Toda su labor política desde el poder ha consistido en ahondar en la división entre españoles que inició Zapatero, tratando por todos los medios de expulsar a la derecha de la democracia y de acabar con los medios incómodos para la izquierda, algo que los voceros comunistas acogidos por el sanchismo ya han comenzado a exigir en medio de esta crisis de histeria colectiva, desatada ante la posible huida de su líder supremo.

