Menú

Pedro Sánchez en Omaha

La Omaha de Sánchez es bastante más confortable y me da la sensación de que no se juega la vida, ni siquiera la política.

La Omaha de Sánchez es bastante más confortable y me da la sensación de que no se juega la vida, ni siquiera la política.
Europa Press

Como bien recuerda en su aguda columna en estas mismas páginas Cristina Losada, insultos entre gobiernos ha habido siempre o casi siempre, y las reacciones han sido las mismas: movimientos diplomáticos burocratizados y esperables como llamar a consulta a un embajador o reunirse con el representante de la otra parte en nuestro país. Sin ruedas de prensa, sin mayores escándalos, sin aspavientos, dentro la normalidad que las relaciones internacionales han diseñado incluso para lo menos habitual.

Por el contrario, después de las palabras de Milei sobre la mujer de Pedro Sánchez –o que el presidente y todos los demás hemos entendido que eran sobre su mujer, Milei insiste en que no dio ningún nombre– lo que se ha visto no es un procedimiento estándar: ha sido un show mediático como los que montaba Jorgeja con un par de invitados revelando los secretos de un tercero mientras este se iba del estudio o hacía como que le daba un síncope.

Es la nueva forma de ejercer el poder de un Gobierno que en la práctica no puede gobernar: la única ley que va a poder aprobar Sánchez hasta que se solucione el lío de Cataluña es la de Amnistía y, mientras tanto, lo único que ofrece a su parroquia y a la recua de periodistas afines es esta lucha desaforada contra el fascismo, la ultraderecha y, en suma, el mal.

Quiere la casualidad que en quince días se vayan a cumplir 80 años de que miles de jóvenes americanos, ingleses, canadienses y de otras nacionalidades se enfrentasen a un muro de fuego en las playas de Normandía para, ellos sí, salvar a Europa del fascismo. Aquello iba en serio: se jugaban la vida y la perdieron por miles.

La Omaha de Sánchez es bastante más confortable y me da la sensación de que no se juega la vida, ni siquiera la política: consiste en usar todas las instituciones del Estado para sus apuestas políticas a corto plazo, un día la Fiscalía, después el Constitucional, ahora la carrera diplomática y el Ministerio de Exteriores… Todo vale para fingir un empeño heroico que en realidad no es tal, porque en lugar de luchar contra un supuesto fascismo lo que hace Sánchez es servirse del fantasma de una presunta ultraderecha para resistir en Moncloa y, sobre todo, para ir con ello tomando más y más parcelas de un poder que está dejando de ser democrático a toda máquina.

Por mucho que nos venda lo contrario, en Omaha Sánchez no habría estado del lado de los que llegaban a la playa, habría estado contra la democracia, como lo está ahora.

Temas

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal