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Hecha la amnistía, van a borrar su rastro

Van a pasar esta página como si quemara, porque quema. Están tan orgullosos de la amnistía que esperan se la trague la tierra cuanto antes y no vuelva a aparecer más.

Van a pasar esta página como si quemara, porque quema. Están tan orgullosos de la amnistía que esperan se la trague la tierra cuanto antes y no vuelva a aparecer más.

La ley de Amnistía es una victoria política del separatismo catalán, y no porque lo diga el separatismo catalán. Lo es porque se la ha arrancado al PSOE, que no quería, y lo es porque se la ha arrancado a pesar de que estaba, el separatismo, sumamente débil y en retirada. Porque es una victoria política del separatismo, y sus portavoces iban a mortificar a su benefactor restregándosela en la cara, es por lo que el presidente del Gobierno se ausentó del debate y puso a un diputado raso de Castellón a defender el cambalache. La única defensa que el ausente hizo de una ley supuestamente crucial para la convivencia fue a través de un tuit, y de unas palabras de consultorio sentimental: "En política, como en la vida, el perdón es más poderoso que el rencor".

Bueno, sí, poderosa ha sido la amnistía: le ha dado el poder. Pero, tal como se encargaron de aclarar los beneficiarios, de perdón, nada. Con la amnistía no se perdona a los golpistas. Con la amnistía se les pide perdón. Se deja dicho y sellado para la posteridad que la democracia española obró como una dictadura represora al impedir su golpe y hacerles rendir cuentas ante la Justicia por los delitos que cometieron, fuese la sedición, ya eliminada del Código Penal para darles gusto, fuese la malversación, fuese cualquier otro. A fin de cuentas, los autores de la lista y redactores de la ley son los delincuentes condenados y, sobre todo, el prófugo que está sin condenar.

El gran paso para la convivencia quedó reflejado en la votación: 177 a favor y 172 en contra. La mitad de los representantes y, por lo menos, la mitad de los representados están en contra. Pero ahí entra la factoría de ficción: los contrarios son rencorosos y quieren la confrontación, no el suave tintineo del diálogo en un chill out junto al mar. Quien no esté por pedir perdón de rodillas al golpismo, está lleno de rencor y sólo tiene sed de venganza. Lo curioso es que después del traumático golpe separatista, aquella puñalada trapera, todo el mundo en España estaba tranquilo y sin rencores: porque la política hizo lo que había que hacer, aun tarde y de aquella manera, la Justicia, lo mismo y el separatismo, para más, andaba de capa caída. Ahora todo aquel consenso que aportó energía cívica a la respuesta al golpe, se ha ido a la mierda, que diría Yolanda. A la que, por cierto, hay que responderle: no, España no es un país mejor por la amnistía; fue un país mejor, entonces, en 2017, cuando los españoles, ciudadanos, no toleraron la intolerancia.

Crecido por esta victoria, el supremacismo catalán exige lo siguiente y con descaro. Da igual que haya perdido en Cataluña, porque manda y ordena en el Gobierno de España. Pero también por eso se ausentó Sánchez. Con los chantajistas dopados, conscientes de que ocasiones así no se repiten, quién sabe cuánto puede durar el espectáculo en cartel. Quién sabe cuándo va a haber que convocar. Sea cuando sea, para entonces, el deseo socialista es que la amnistía se haya olvidado por completo. Van a pasar esta página como si quemara, porque quema. Están tan orgullosos de la amnistía que esperan se la trague la tierra cuanto antes y no vuelva a aparecer más. No va a ser bandera de ninguna campaña electoral socialista. De qué. ¡Si apenas lo fue en la campaña catalana! Y la ausencia de Sánchez es la señal definitiva. La señal de la urgencia por sacarla de escena. Es como en cualquier negocio sucio. Ahora hay que borrar el rastro.

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