
No sé dónde leí la historia trágica de un torero que ya era de otra época en otra época. Lo que, mal mirado, quizá lo emparente con la nuestra un poco más. No recuerdo su nombre, ni su trayectoria. No sé siquiera si existió. Pero estoy seguro de que en algún momento mis amigos taurinos me ilustrarán. Por lo que retuve en su momento y reinvento ahora con horror, era algo así como todo un personaje, una de esas almas escurridizas que entienden que la falta de arte siempre se puede suplir con exceso de valor. En su caso concreto, la cosa se traducía en que, poco antes de retarse con una muerte negra y mitológica de quinientos kilos en el ruedo, se retaba con otra más liviana saltando de una avioneta que sobrevolaba la plaza en la que tenía que torear. Su desgracia ocurrió como por arte de magia, así que supongo que sucedió en América. Aquella tarde la gente que abarrotó el tendido vio atravesar la arena la sombra alada de una aeronave. Y no vio nada más. Yo me la imagino estupefacta, compartiendo miradas nerviosas mientras a cientos de metros de sus cabezas pasaba gritando un paracaidista directo al mar. Encontraron su cuerpo a la mañana siguiente, o así lo indican las normas de la literatura. Al parecer, no murió por ahogamiento, sino por asfixia. Todavía en el aire, se había estrangulado con el correaje. Es increíble lo poco que distingue a las muertes, al final.
La historia la recordé el otro día jugando el último partido de la temporada con esos amigos que son cada vez más padres y menos delgados, es decir, cada vez mucho más profesionales del gol. Fue otra historia trágica de un equipo noble y soñador, consolidado desde hace años, que nunca ha ganado nada yo creo que porque no le vale con ganar. Es posible que la mezcla inverosímilmente equilibrada de madridistas y atléticos contrarreste de una forma perfecta todas nuestras virtudes y nos deje sin saber de qué mitología tirar en los momentos delicados. Unos nos aferramos a la épica de los últimos minutos y otros a la venda de los pupas. El único bético no sé muy bien a qué, pero cuando está en la banda se le escucha mascullar entre dientes que viva er beti manquepierda, así que tampoco hay mucho que contar. Posiblemente, en toda la historia del fútbol amateur no se haya visto a un equipo que pierda con tanta mística: dejando las remontadas a medias por el mero orgullo de alimentar la tradición.
Cuando íbamos cero cuatro abajo, justo antes del descanso, yo pedí el cambio. Después, poco antes del tres cuatro final, estuve a punto de salir a jugar otra vez. Pero no salí. No sé por qué me puse a pensar en el torero paracaidista, que murió en el cielo con tal de no morir en la arena. Me puse a pensar en aquella vez en el recreo en la que, por no probar un pase complicado y perder la posesión, terminé lanzando un semichut hacia mi propia portería, pillé a mi portero en parla y marqué el mejor gol de mi vida en propia puerta. Pensé, en definitiva, en todo lo que somos capaces de arriesgar por no arriesgarnos. Así que decidí arriesgarlo todo no arriesgando nada y me senté. La moraleja, supongo, es que formas de perder hay tantas como formas de morir. Lo bueno de que uno pueda escoger con cual quedarse es que siempre puede no ser como yo.