Da la impresión de que es imposible defender una causa común; la mayoría de las causas que teóricamente deberían ser transversales dejaron de serlo hace tiempo, si es que lo fueron alguna vez. La razón es simple: las causas no son lo que dicen ser. El enemigo del feminismo no es el machismo, como el enemigo del antifascismo no es el fascismo. En ambos casos el enemigo eres tú, lector. Sí, tú, no te hagas el sorprendido. No por machista o por fascista, que a estas alturas machistas y fascistas en España no hay tantos, y la mayoría están aplicando mano dura en redacciones de medios de izquierdas (un afectuoso recuerdo para Peio Riaño, allá donde esté), sino por opositor.
Quizá el lector conozca la falacia de la mota castral. Una mota castral es una construcción situada sobre un lugar elevado, fácilmente defendible, rodeada por terrenos a los que da protección, mucho más difíciles de defender (el castro). En la argumentación política, la mota es una posición lógica y de sentido común (por ejemplo, la igualdad de derechos entre hombres y mujeres), y el castro son las derivadas enloquecidas nacidas a partir de ella. Cuando alguien critica las segundas, los defensores corren a esconderse tras los muros de la primera. Así, por ejemplo, cuando alguien dice "veo francamente discutible que la legislación vigente contemple penas distintas para un mismo delito según el sexo del agresor", la respuesta automática e instantánea es "¿acaso estás en contra de la igualdad de derechos?". Y claro, se queda uno con una sensación fortísima de que o el interlocutor es idiota, o piensa que lo somos los demás.
La práctica totalidad de la conversación política está dominada por esta clase de argumentaciones pueriles. No es un fenómeno exclusivo de España, como casi nada. Pese a la abundancia de politólogos, o probablemente debido a ella, en el mundo de las ideas políticas España es una aldea ghanesa a la que una ONG envía las camisetas que el Atlético de Madrid imprimió por si acababa ganando la Champions en 2016. Por eso tenemos que soportar campañas completamente estúpidas como la guerra anual de cada 5 de enero contra el blackface, pintarse la cara de negro, algo que a los progresistas de EE.UU. les recuerda a los tiempos en el que su país era una cloaca racista, pero que en España no tiene ninguna connotación, en buena parte porque hasta los años 90 cruzarse un negro por la calle era un acontecimiento inusual.
La mayor cabalgata del Orgullo en España se celebra en Madrid, cuyos gobiernos, Ayuntamiento y Comunidad, llevan en manos del PP desde 1991 y 1995, respectivamente, con el único interludio de los cuatro fatídicos años de Carmena. El PP, sin embargo, no puede acercarse a la cabalgata porque hace veinte años se opuso a la aprobación del matrimonio homosexual. Tampoco pudo en su momento Ciudadanos, pese a que en 2004 no existía, ni antes que ellos, UPyD, pese a que su líder era eurodiputada socialista en los años de la aprobación del matrimonio igualitario. No se trata de estar a favor de la igualdad de derechos o en contra de la homofobia, sino de plegarse a las exigencias de quien manda en esos saraos, que no es otro que el PSOE. Y mientras esto sucede, Bildu es invitado sistemáticamente a los homenajes a las víctimas del terrorismo etarra, esto es, el terrorismo de los miembros de Bildu, empezando por el torturador euskonazi de su secretario general. Etarras en homenajes a la gente a la que ellos mataron, sí, centristas en una mani del Orgullo no. La España que nos hemos dado.
Si el enemigo del feminismo fuera el machismo, habría campañas ministeriales específicas orientadas a dos grupos de población muy concretos donde el machismo no sólo es estructural sino especialmente cafre: musulmanes y gitanos. A cambio lo que tenemos es a Mónica Oltra, actualmente imputada por presuntamente encubrir los abusos a una niña de 14 años bajo tutela de su gobierno por parte de su entonces marido, afirmando ufana que el velo islámico es tan opresivo como los zapatos de tacón o el pintalabios, y a nadie en el feminismo institucional y presupuestario diciéndole que eso es una majadería indigna y ridícula porque no existe ningún lugar en el mundo donde las mujeres sean perseguidas por no llevar maquillaje.
Los manifiestos de cada ochodemarzo son una fuente inagotable de hilaridad. Con un lenguaje tan florido como ridículo mezclan cualquier causa medianamente defendible con payasadas de calibres rara vez avistados por el ser humano. El de 2024 reza: "[…]cuando talan árboles revelan su absoluto desprecio por la vida, mientras nosotras sobrevivimos en un sistema que nos agota, enferma y asesina; un sistema que no duda en encerrar en residencias, psiquiátricos, CIES o cárceles a las personas que molestan, que estorban, que sobran, a las que no producen ni rentan". Párrafo tras párrafo de insufrible literatura eduardogaleanesca, año tras año. 2023: "Somos un tornado feminista que viene del pasado, que se origina en las luchas de nuestras ancestras (sic). El tornado que hoy nos convoca aquí nos llega con la memoria de las mujeres latinas, filipinas, rifeñas, marroquíes, saharauis y guineanas que se enfrentaron al colonialismo español". Las mujeres marroquíes oprimidas por España hasta 1956, porque de las mujeres marroquíes de hoy para qué hablar. Les va de coña. Y estas zumbadas son las que delimitan la conversación pública.
It’s not a bug, it’s a feature. Las causas de la izquierda están cuidadosamente diseñadas para que nadie que no pertenezca a su grupo pueda sumarse. La proporción de gays entre las juventudes de Ciudadanos era mayor que en las playas nudistas de Sitges, y sin embargo se impidió violentamente su acceso a la cabalgata del Orgullo. ¿Siempre fue así? No, sólo cuando pactaron con el PP para echar al PSOE del gobierno andaluz. Mientras los naranjas sostuvieron a la socialista Susana Díaz jamás hubo agresiones ni acoso. Porque nunca se trató de defender derechos, sino de que la izquierda conserve el poder.