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Apelando a los clásicos

Su ocurrencia supone encarecimiento del trabajo, aumento de costes productivos y mayor dificultad en el mercado.

Su ocurrencia supone encarecimiento del trabajo, aumento de costes productivos y mayor dificultad en el mercado.
Yolanda Díaz. | Europa Press

He elegido hoy el comienzo de la Primera Catilinaria, famoso por su profundidad, así como por la elocuencia del dicente ante el Senado Romano. Ya recuerdan: "¿Hasta cuándo realmente, Catilina, vas a abusar de nuestra Paciencia? ¿Durante cuánto tiempo todavía se burlará de nosotros esa locura tuya?...". ["Catilinarias"; Ediciones Cátedra, Madrid 2013, pp. 101-103].

La riqueza de acudir a los clásicos, hoy con Marco Tulio Cicerón (año 106 a C.), es porque en sus textos basta con sustituir el nombre en liza, aquí el de Lucio S. Catilina, por el de cualquier político del momento, porque no precisará cambiar un ápice al texto ciceroniano, escrito veintidós siglos atrás.

Sé que hoy no hay ningún Cicerón en el Senado, como tampoco en el Congreso. Aunque, en el caso español, nadie se juega su vida, mientras que sí se la jugó, y la perdió, el propio Cicerón.

¿No se han preguntado hacia dónde va España? ¿Existe acaso coherencia entre el origen y el fin del camino para conducirnos al bien de la sociedad; de una sociedad madura que aspira a su libertad como derecho inalienable?

¿Qué piensan de las contradicciones entre ministros del gobierno y con el propio presidente? Es más, el frecuente silencio del presidente, ante la contradicción, ¿está pensado para no tomar parte, o para confirmar el conflicto?

A modo de referencia, no puedo menos de centrarme en las múltiples ocurrencias de la ministra de Trabajo, señora Díaz. La que está sobre el tapete, es la reducción de la jornada laboral, compatibilizada con las subidas salariales que emprendió y no enmendó, y con 149.962 puestos vacantes sin cubrir.

En momentos de desesperación, me pregunto: ¿no podría la señora Díaz reducir generosamente su propia jornada laboral? El pueblo español, y sobre todo los trabajadores parados que, dado que es una magnitud opinable, no seré yo quien suscriba una cifra –comparable con nuestro entorno–, se lo agradecerían sinceramente.

Lo bien cierto es que en el último Informe sobre Competitividad –ya sabe, señora ministra, capacidad de vender mercancías y servicios en un mercado global–, que realiza la IMD Business School sobre las 67 economías analizadas, la española ocupa el puesto 40, tras haber descendido cuatro puestos respecto el Informe de 2023.

Esto confirma los pésimos datos de productividad del trabajo, que en 2017 –último año de gobierno Rajoy– la productividad por trabajador se situaba por encima de la media de la UE de los 27 (101,9) frente al (100,0) de media de la UE, y (98,3) por hora trabajada; valores que en 2023 alcanzan (97,0) por trabajador, y (95,4) por hora trabajada.

Obsérvese que nuestra productividad por hora trabajada, frente a la media europea, es inferior a la productividad por trabajador, lo que indica que la mayor productividad por trabajador respecto la UE, se debe a la mayor jornada laboral, diferencia que la señora Díaz quiere eliminar. Su ocurrencia supone encarecimiento del trabajo, aumento de costes productivos y mayor dificultad en el mercado; concluyendo, necesariamente, en menor demanda de trabajo.

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