Dice la Abogacía del Estado que la consideración para que Sánchez no declare por escrito es palmariamente contraria a la ley. Ni mucho menos. Lo que dice la norma es que el presidente del Gobierno lo hará por escrito "sobre los hechos de que tenga conocimiento por razón de su cargo". Y añade que, si es "sobre cuestiones de las que no haya tenido conocimiento por razón de su cargo, se tomará la misma en su domicilio o despacho oficial". El juez ha entendido que lo que puede aportar Sánchez a la investigación resulta de su condición de marido de Begoña Gómez. Pero cabe defender lo contrario y alegar que lo que pueda saber Sánchez de las andanzas de su mujer ha de conocerlo, no como marido, sino como presidente del Gobierno. Es discutible. Y, como discutible que es, la resolución no puede ser fruto de una prevaricación. El juez quería saber qué sabía Sánchez como marido de Begoña Gómez y la ley prevé para tal supuesto el presidente sea interrogado del modo que lo ha sido y no por escrito.
La Abogacía del Estado dice también que lo que ha hecho el juez Peinado ha sido una arbitrariedad prohibida por la Constitución. Es curioso que sea la misma tacha que el Tribunal Supremo pone a la ley de Amnistía, que esa sí que es arbitraria. Es como si de repente se pusieran de moda determinados argumentos jurídicos. En todo caso, lo que parece arbitrario es que el presidente del Gobierno pueda contestar por escrito cuando es llamado a testificar mientras los demás tenemos que acudir al juzgado a explicarnos de viva voz, sin tiempo para pensar. Y mucho más pretender que tenga que ser interrogado siempre de esa considerada manera, incluso cuando la investigada es su mujer. Y el juez que no lo haga así, sin guardarle el debido respeto y a pesar de que la ley lo permite, ha de ser condenado por prevaricación. Resulta excesivo hasta para Sánchez.
Pero, si este modo de defenderse el presidente podría ser contraproducente por infundado, ¿por qué se adopta? Ya sabemos cómo reacciona el personaje cuando le tocan las narices. La ira se apodera de él y le ofusca. Así le ha ocurrido varias veces con Isabel Diaz Ayuso. Y puede pasarle también esta vez. Le sucede por no consentir en su entorno a nadie que modere su cólera, aunque en esta ocasión, la abogada del Estado podía haberse esforzado más en ilustrarle acerca de los muchos agujeros que presenta su contraataque. Claro que quizá lo que él quiera no sea tanto someter a Peinado como amedrentar a sus compañeros. Se trata de conseguir que ningún juez pueda llamarse a engaño y, si alguno llega a sentirse tentado de meterse con él, que esté avisado de que no se harán prisioneros y los tiros serán a la barriga.