
Los tiempos de las grandes ideas, de los objetivos ambiciosos, de lo omnicomprensivo en una acción de gobierno, en tanto que política para el bien común de una sociedad, tengo que reconocer que son tiempos pasados.
El político actual, el señor Sánchez, sin ir más lejos, no piensa en esos términos que presidieron la política de tantos hombres que nos precedieron, y que forjaron proyectos que hoy siguen siendo admirados por sus fines, y por el tesón de llevarlos a buen término.
Sánchez, que sí que tiene muy claro su objetivo –mantenerse como presidente del Gobierno– ha descubierto que, para ello, necesita identificar apoyos que hagan válido lo irreconciliable con la realidad y con el bien común.
Por lo tanto, para qué plantearse la bondad o maldad de un proyecto, si, en definitiva, cualquiera que fuere, lo que importa es llevarlo a término, lo cual, requiere apoyos. Además, esos apoyos son más difíciles cuanto más ambiciosos los proyectos.
Olvídense pues, de ideologías, de valores sociales, de principios éticos que mejoren las condiciones de vida y de relación entre las personas. Eviten incluso juzgar las acciones de sus semejantes con parámetros que hoy se consideran anticuados, pues, los que ayer fueron delincuentes, hoy son gentes ejemplares; los que ayer lucharon por la igualdad, perdieron el tiempo, porque cualquier juicio tiene inserta una condición: la del, según y como… o según y quien…
La democracia española, a decir del señor Sánchez, que algo tendrá que ver en ella, está amenazada por las "mentiras", por la "desinformación", propagadas por las derechas, "intoxicando el debate público"… Pues, muy sencillo: oponer a eso la "verdad", la "transparencia" y el "pluralismo político", en un marco de libertad sin restricciones.
Aunque, sorprendentemente, es Sánchez quien habla en estos términos. ¿Ha olvidado ya que, "por la boca muere el pez"? El espectáculo de un Sánchez mintiendo/cambiando de opinión, y el coro de ministros y allegados, repitiendo textualmente la mentira, hasta con el soniquete, no tiene parangón entre democracias que se precien de serlo.
Y cuando pretende instaurar el culto a la verdad, dice querer hacerlo con quienes no aceptan el valor absoluto de la verdad; porque la verdad sólo es lo que es, mientras que la izquierda y la ultraizquierda niegan ese valor sometiéndolo a opinión. Para Sánchez y la ultraizquierda, la verdad es la del PRAVDA –ΠРАВДА– en el periodismo soviético de los setenta.
Aunque, parece ser que, entre el bloque de izquierda, tampoco hay consenso sobre el significado de verdad y mentira. Esta es la razón de que Sánchez esté dispuesto a trocear las verdades (?), si alguna, del menú de gobierno, aislando los platos que cuentan con apoyos de aquellos que no los tienen. La cuestión a dilucidar es si, a lo resultante, se le sigue pudiendo llamar "gobernar".
Y, de ahí, toda la parafernalia intervencionista en los medios, en sus titulares, en las amenazas publicitarias… para asegurar el triunfo de su verdad.
Que Sánchez, el gobernante de farsas y privilegios, se manifieste así, nos conduce al viejo refrán: "Dijo la sartén al cazo, quítate que me tiznas".
