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Luis Herrero Goldáraz

Y entretanto, Puigdemont

Ni Puigdemont ni Illa valen tanto como para romper la caja de solidaridad común y convertir España en una arbitraria e injusta confederación.

Ni Puigdemont ni Illa valen tanto como para romper la caja de solidaridad común y convertir España en una arbitraria e injusta confederación.
Carles Puigdemont en un mitin. | Europa Press

Escribo un miércoles para que me lean un jueves a propósito de algo que sólo podrá suceder en el ínterin, si es que sucede. Por supuesto, esto Carles Puigdemont no lo ve así. Pero es que Carles Puigdemont no se ha puesto en la piel del columnista que escribe los miércoles para que le lean los jueves cuando ha anunciado que a primera hora de mañana se dejará detener, al fin, después de siete años de no dejarse de ninguna manera, váyase a saber por qué.

Ustedes y yo nos encontramos, por tanto, separados por un claro desnivel comunicativo. Cuando lean estas líneas ya sabrán todo lo que estás líneas nunca van a llegar a saber. Sabrán si Puigdemont se ha presentado en España o si se ha limitado a saludar en la frontera para huir, nuevamente, pero esta vez en el maletero de Marlaska. Sabrán si está preso. O si no. Habrán leído los titulares que haya podido soltar. También si se ha formado el alboroto suficiente en el Parlamento catalán como para que Rull suspenda el pleno y se aplace la investidura de Salvador Illa. O si, por el contrario, lo que ha pasado es que han esposado al prófugo, le han sentado en un escaño y le han obligado a mirar. Todo eso lo sabrán ustedes, desde su jueves tangible. Y lo más importante de todo es que no me lo podrán contar a mí, que todavía habito en este miércoles irreal.

Lo único que me queda por ofrecerles es eso que yo sí tengo y ustedes ya no. Es decir, el entretanto. La magia de la víspera. Este espacio portentoso que tan rápido se olvida y en el que todavía cualquier maravilla puede llegar a suceder. Yo me estoy entreteniendo mucho con las posibilidades más remotas, que suelen ser las más felices. Me imagino al prófugo con pintas de sicario y parapetado dentro de un pastel de tres pisos dirigido a Illa, igual que en la escena aquella de Con faldas y a lo loco. Me imagino a un diputado de ERC después de la votación preguntándose en alto, como si acabase de quitarse una peluca, si acaso el PSC no formaba parte del bloque no independentista. Y a otro contestándole, entre aplausos arrobados, que "nadie es perfecto". Me imagino a unidades SWAT entrando de repente por puertas y ventanas, como en el capítulo de los Simpson, para apresar al líder de Junts. Y a Sánchez compareciendo ante los medios para decir que todo formaba parte de su plan para cumplir con lo que prometió, que no era otra cosa que traer a Puigdemont.

Lo más probable es que ustedes, que ya saben lo que ha ocurrido, lean estás ensoñaciones con lástima. Quizás incluso con un poco de rabia. Pensarán que soy un pobre imbécil y me querrán decir que no tienen sentido alguno, pues ningún fugado de la Justicia vale tanto como para romper la caja de solidaridad común entre comunidades autónomas y convertir España en una arbitraria e injusta confederación. Olvidan que aquí todavía es miércoles. Y que yo imagino imbuido por el estado mental creado por no pocos miembros del equipo de opinión sincronizada, que lo consideran un pago necesario incluso aunque sólo sea para hacer a Illa president. Supongo que saben a quienes me refiero. Son los mismos que a lo largo de los años han celebrado tener que pagar todavía más cosas —unos indultos, una amnistía, la voladura de nuestro Código Penal— con tal de poder decir que Pedro Sánchez "derrotó" al procés.

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