Asediado por los gravísimos casos de corrupción cuya investigación avanza –y se diría que a buen ritmo– en los tribunales; paralizado por una situación parlamentaria en la que ya no es capaz de reunir una mayoría ni siquiera circunstancial, el Gobierno se ha inventado un viaje por África para poner el foco en uno de los temas del verano y que, con toda probabilidad, lo será de los próximos meses.
No deja de ser llamativo que Pedro Sánchez, disfrazado del gran estadista que no es, haya decidido montar esta gira por varios países después de dejar que, durante todo el verano y singularmente en las últimas semanas, la situación se fuese deteriorando en Canarias o Ceuta, mientras su gobierno no hacía nada de nada y sus ministros y portavoces se limitaban a culpar al PP de lo que es un fracaso única y exclusivamente del Ejecutivo: no haber sido capaces de reunir los votos suficientes en el Congreso para aprobar la reforma de la Ley de Extranjería.
Así las cosas, nadie esperaba mucho de la tournée del presidente, pero ya en su primera parada se ha encargado de superar cualquier expectativa negativa: en Mauritania ha empezado por firmar un acuerdo como los que ya hay con otros países y que tienen un impacto ridículo; y ha terminado por dar el titular del día, asegurando que España necesita 250.000 inmigrantes al año.
Hay que entender que no es lo mismo hacer estudios más o menos teóricos sobre inmigración y empleo que un presidente que se va a un país africano a pedir 250.000 inmigrantes anuales. Lo primero puede ser un ejercicio más o menos válido de economista, lo segundo es una irresponsabilidad supina, un despropósito capaz de generar un brutal efecto llamada, como si no hubiese ya una presión migratoria cada vez más fuerte.
Este Gobierno y el propio Pedro Sánchez tienen varios defectos muy graves: su falta de respeto por la democracia misma, su infinita ansia de poder, su sectarismo atroz, su capacidad infinita para la mentira… Aunque no suele citarse entre los más importantes, también tiene algo que a la larga supone efectos extraordinariamente graves sobre el país: una frivolidad terrible para tratar cualquier tema, sea el que sea, sin otro pensamiento que el famoso "relato" y sin pararse a pensar jamás en las consecuencias finales de sus actos, sus decisiones o sus declaraciones.
Más allá de lo que se piense sobre el fondo de la cuestión, lo que nadie puede negar es que en cualquier país europeo, pero quizás más aún en España, la inmigración es uno de los asuntos más importantes y complejos a los que los gobernantes han de prestar atención, de los que requerirán más recursos públicos y de los que pueden tener efectos más serios en la economía y la vida de los ciudadanos.
Todo eso a Sánchez y su corte de necios arribistas les da lo mismo, lo único que les importa es crear coartadas poder culpar de su propio desastre al PP y superar una semana más aferrados a un poder que sólo saben usar para mantenerse en él.
En definitiva, es cuando se ve enfrentado a la necesidad de gobernar aunque sea un poco, cuando Sánchez se muestra como lo que realmente es: un frívolo irresponsable y egoísta que no debería haber pasado de concejal de una ciudad pequeña.