La historia sigue repitiéndose. Pero, además de hacerlo como farsa, como decía Marx, ahora lo hace también a cámara lenta. Cuando Hitler decidió acabar con Ernst Röhm y sus SA, todo se condujo con mucho sigilo. En una sola noche se cometieron todos los asesinatos y se produjeron todos los arrestos. Ahora, la masacre se anuncia a bombo y platillo un par de meses antes y los futuros ajusticiados conocen con antelación su amargo destino. No sólo, sino que acuden sonrientes a Ferraz a oír al sátrapa emitir el veredicto, que no es otro que el de morir sacrificados en el altar del sanchismo. Las sonrisas se explican porque a quienes se sometan y ofrezcan dócilmente el cuello al hacha, serán consolados con la correspondiente sinecura, que será tanto más jugosa cuanto más franca sea la sonrisa en el momento fatal.
Por lo demás, todo es bastante parecido. Los futuros ajusticiados no lo serán por deslealtad, como tampoco lo fueron los jefes de las SA. De hecho, del mismo modo que Röhm veneraba a Hitler, Juan Espadas besa por donde pisa Sánchez. No hace mucho, le vimos en un mitin en Benalmádena dorarle la píldora a Begoña Gómez, aunque con tan poca facilidad de verbo, que apenas fue capaz de decir con risa bobalicona el nombre de la presunta. Y en el PSOE jamás ha sido depurado nadie por no saber hablar. Que se lo digan si no al secretario general.
Sánchez alega que quiere en los territorios gente que gane elecciones, no que las pierda. La razón aducida es por tanto similar a la que tuvo Hitler, que necesitaba en 1934, para consolidarse en el poder, una apariencia de seriedad que los pandilleros y matones de la SA arruinaban. La cuestión sin embargo es que la falta de tirón electoral de los candidatos socialistas no es el verdadero motivo de la purga que Sánchez se propone. El PSOE perdió los últimos comicios regionales, no por la ausencia de carisma de sus candidatos, sino por las políticas del propio Sánchez. Que el engreído secretario general fuera capaz de salvar su ilustre trasero en las subsiguientes generales comprando el voto de pensionistas, desempleados, funcionarios a dedo y trabajadores dependientes del Salario Mínimo Interprofesional no cambia el porqué de la pérdida de poder territorial.
Y Sánchez lo quiere recuperar porque, como Hitler, desea acumular en su persona tanto como pueda. Y va a utilizar el 41º Congreso para eliminar toda oposición interna. La única diferencia es que, mientras Hitler asesinó a Ernst Röhm, que era el hombre más peligroso de todos los liquidados aquella noche, Sánchez tendrá que respetarle la vida a Emiliano García-Page, no obstante ser su más enconado enemigo dentro del partido. Está obligado a hacerlo porque el manchego es presidente de su Comunidad y no puede escabecharlo en tanto tenga mando en plaza. Por lo demás el problema de Hitler y el remedio que le dio son los mismos de Sánchez, sólo que, en el caso del socialista, la repetición de la historia, además de ser una farsa, será a cámara lenta. Por desgracia, no es el único parecido.