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Enrique Navarro

Israel ya no quiere la victoria, necesita la paz

La guerra de Gaza va a suponer un antes y un después en la historia del estado judío. Israel ha demostrado que no sabe ser Goliat.

La guerra de Gaza va a suponer un antes y un después en la historia del estado judío. Israel ha demostrado que no sabe ser Goliat.
Manifestación en Tel Aviv en demanda de un alto al fuego con Hamás y la inmediata liberación de los rehenes. | EFE/EPA/ATEF SAFADI

Hace poco le explicaba a un amigo, exoficial de la IDF, por qué había cambiado tanto la opinión pública en el mundo sobre Israel, en términos generales, excluyendo a extremistas. Le decía que cuando la guerra del Yom Kippur, cuando la dictadura una vez apoyaba más a los árabes en su guerra contra el complot liberal y judío, yo sentía que nuestro mundo debía estar con Israel, no tanto por objetivos estratégicos o por confluencia ideológica, sino por simpatía.

Los judíos, maltratados durante siglos, con cientos de pogromos sufridos y un Holocausto en la generación anterior a la nuestra, habían encontrado un desierto que no valía nada, para vivir en un territorio que no era de nadie, bajo control británico. Entre 1947 y 1973 tuvieron que luchar como David contra Goliat contra todos sus vecinos y los derrotaron. De la tierra árida nacía la leche y la miel, de las viejas escuelas de madera, las universidades y centros de investigación punteros a nivel mundial, y de los viejos talleres, una industria de última generación. Multiplicaron el agua y el pan, lo que en tierra de milagros no resulta tan extraño. Recuerdo cómo los jóvenes socialistas europeos de los sesenta acudían a los Kibbutz en verano a trabajar en esa isla del socialismo llamada Israel.

Muchos han sido los acontecimientos que han ocurrido en su historia como estado, desde los acuerdos de paz de Camp David a los acuerdos de Abraham, desde las acciones militares en Líbano a Gaza, de la ocupación de Jerusalén al abandono de una gran parte de la Cisjordania y Gaza. De los cohetes katiuskas que a diario amenazan la seguridad a los terroristas que acuchillan a transeúntes. Israel no ha tenido un momento de paz y sosiego en estos casi ochenta años de existencia. Es aquí donde radica el primer problema básico del gobierno del país, que debe responder a las preguntas de hasta cuándo tendrá que vivir la sociedad israelí en esta contienda permanente y cuándo tendrán derecho a una paz segura.

El cambio que ha supuesto la guerra de Gaza en toda esta historia, le explicaba a mi amigo, es que ya no son legiones de países árabes las que se abalanzan sobre el pequeño país judío, sino que son los ultramodernos sistemas de armas de Israel y de Estados Unidos los que destrozan un territorio pequeño y sin defensas antiaéreas, artillería o aviación. Ahora Israel es Goliat, luchando contra el joven e impetuoso David que se sirve de la tradicional simpatía por el débil que en Europa casi es sistémica.

La guerra de Gaza va a suponer un antes y un después en la historia del estado judío. Israel ha demostrado que no sabe ser Goliat, no es un pueblo elegido para avasallar a otros pueblos, sino para sobrevivir, y ha fracasado en su intento de eliminar a Hamás porque ya no es una guerra por su supervivencia. Es la primera derrota militar de Israel en su historia, y esta señal de debilidad no presagia nada bueno.

La ejecución de seis rehenes que iban a ser liberados en el caso de que Netanyahu no se hubiera levantado de la mesa la semana pasada, ha demostrado que Israel no ha conseguido su objetivo. En un territorio como la ciudad de Madrid, Hamas tiene todavía a decenas de rehenes escondidos y el poderoso y tecnificado ejército de Israel, después de un año continúa con las operaciones militares, un muy mal síntoma.

Todo ha sido destruido y decenas de miles personas han muerto y aún más han sido heridos, muchos de ellos sin atención médica, pero Hamas sigue ganando en el juego del escondite a Israel. Esta es la razón a mi juicio de la furia que se ha levantado desde este fin de semana en Israel. Tienen la sensación de que no van a ninguna parte y que son incapaces de resolver ninguno de los problemas históricos, ni mucho de los nuevos, y ya solo quieren que les devuelvan a sus seres queridos, lo demás ya no importa.

Netanyahu argumenta, contra el criterio de su ministro de defensa, que necesita controlar toda la frontera de Gaza, incluyendo la que tiene la Franja con Egipto, el denominado corredor Filadelfia, para asegurarse que no llegarán nuevas armas que provoquen un resurgir de Hamás en un año o dos, pero todos son conscientes de que es una traba más al proceso de alto el fuego ante la certidumbre del fracaso de la operación hasta ahora. Pero el tiempo se le ha acabado, la sociedad israelí no quiere más guerra, entiende que Hamás y los palestinos ya han pagado un precio muy alto y que su ejército es incapaz de asegurar la victoria que les prometió el primer ministro, por lo que habrá que trabajar en la paz, que es lo único que ahora anhelan los israelíes.

La amenaza iraní, de Hezbolá y de Hamas, subsistirá porque el odio se siembra cada día y no hay ninguna razón objetiva para desterrarlo. Todo lo que le queda a Israel fuera de sus fronteras son los Estados Unidos y pueden perderlos si se obcecan en una guerra que realmente es una devastación que al final no producirá el resultado ansiado. Israel y los palestinos pueden decidir si dan una patada para adelante para ver si en veinte años algo ha cambiado que facilite un acuerdo o una victoria total, o sentarse con las potencias occidentales a diseñar un espacio de seguridad de dos estados que se reconocen y se respetan, o seguir con esta sangría que conducirá a Israel al peor de los estados: la soledad absoluta.

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