Si Ferruccio Lamborghini viviera, tras oír la afrenta de Sánchez a sus coches, haría lo que hizo cuando don Eduardo Miura, a finales de los sesenta, le demandó por haberle puesto su apellido a uno de sus modelos, el más bonito y carismático de todos. El italiano cogió un Lamborghini Miura, lo montó en un camión, se presentó en Zahariche y se ofreció a darle un paseo al bueno de don Eduardo. El ganadero, a regañadientes, se montó con dificultad en el bólido y don Ferruccio, cuando todavía no había límites genéricos de velocidad, lo llevó a más de doscientos por hora por aquellas bacheadas carreteras españolas. Don Eduardo, hombre orgulloso y circunspecto, decidió que lo prudente, si le tenía apego a la vida, era ceder, jurar por todos sus antepasados que retiraría la demanda y admitir que, sin lugar a dudas, el Lamborghini aquél era digno de llevar su apellido.
Si todavía viviera, digo, don Ferruccio montaría un Lamborghini Huracán en una plataforma y se presentaría en La Moncloa para ofrecerle a Pedro Sánchez llevarle adonde tuviera el próximo mitin. Así le demostraría que, si el Estado español comprara uno, tardaría en llegar adonde fuera menos que con el Falcon. Y por mucho menos dinero. El ferrarés era muy convincente y tenía un carácter de mil demonios, de forma que nuestro fatuo presidente no habría sabido negarse. Se acomodaría en el Huracán con las mismas dificultades que hace sesenta años encontró don Eduardo. Y el menudo dueño de la Lamborghini pondría rumbo a Valladolid donde Sánchez tendría previsto arropar a su ministro de Transportes en un mitin del PSOE. Por cierto, menos mal que en el Huracán sólo caben dos porque, si se llega a montar también Óscar Puente, poderosísimo gafe mecánico, el pucelano se carga el coche antes de pasar el Hipódromo y hubieran acabado todos remolcados por una grúa.
El fabricante pretendería ir por el puerto de los Leones, en vez de por el túnel de Guadarrama, para que "la macchina" luciera todas sus capacidades. Sin embargo, no pasarían de Torrelodones. Sánchez, cobarde y pusilánime como es, se lo habría hecho encima antes de pasar Las Matas y exigiría, entre pestilentes fragancias, dar la vuelta tras prometer e incluso jurar, no ya no volver a montar enun Falcon, sino además derogar de inmediato la ley de Amnistía y tirar al cubo de la basura la financiación singular de Cataluña. No sólo, sino que ofrecería a don Ferruccio la ocasión de pasear a su mujer, que lo tendría bien merecido por los muchos disgustos que le ha dado. El empresario no se conformaría y exigiría además que el presidente prometiera no volver a denostar los Lamborghinis. Y, si quería atacar a alguna marca de deportivos de lujo, que se metiera con los Ferraris, que para eso don Enzo fue enconado enemigo suyo durante toda la vida.
Es una pena que don Ferruccio Lamborghini lleve más de treinta años muerto, que la fábrica la hayan comprado los alemanes de Audi y que ya no haya nadie en Sant’ Agata Bolognese que pueda hacernos la caridad de darle una vuelta en un Lamborghini a nuestro presidente para ver si a cambio de poner pie a tierra antes de manchar los calzoncillos se desdice de todos sus desmanes. Una lástima.