El sábado 7 de septiembre hemos recordado el centenario de uno de los grandes biólogos, naturalistas y profesores españoles, Rafael Alvarado Ballester. Normalmente este tipo de efemérides quedan olvidadas cuando se refieren a científicos, especialmente si son españoles, pero D. Rafael fue, entre otras muchas cosas, profesor, un gran profesor; y mientras sus alumnos tengamos voz, como es mi caso en Libertad Digital, no consentiremos que su centenario quede en el olvido.
El apellido Alvarado resultará conocido para muchos españoles que peinan canas y tuvieron la fortuna de estudiar el fantástico bachillerato del llamado "Plan del 57": en el mismo reinaban entre los libros de Ciencias Naturales los textos de Salustio Alvarado, padre de Rafael y como después también lo fue su hijo, catedrático en la Universidad Complutense de Madrid.
Los libros de texto de Alvarado, serios, verdaderamente pre-científicos, ilustrados a plumilla al estilo alemán, sin colorines ni extraños cuadros ni resúmenes como los "modernos" que después se impusieron, no han sido superados y han quedado como recuerdo y testimonio de tiempos docentes que fueron mejores que los actuales, que nadie lo ponga en duda.
La apasionante biografía de D. Salustio ocuparía multitud de páginas, pero hoy nos referimos, dado el centenario que conmemoramos, a su hijo, D. Rafael, nacido en Tarragona el 7 de septiembre de 1924 y fallecido en Madrid, el 10 de abril de 2001.
Rafael Alvarado Ballester fue catedrático de Zoología de Invertebrados en la Complutense, después de pasar por ese escalón, entonces casi obligado, de catedrático de Instituto de Ciencias Naturales por oposición, por supuesto, que entonces las cátedras no nacían de la nada como algunas contemporáneas.
Espero que me sea admitida la inmodestia de declarar que tuve el honor de ser su alumno y después su ayudante como profesor de prácticas en su cátedra y, lo que más me halaga, sé que me consideraba su amigo.
D, Rafael estaba casado con una bióloga también eminente catedrática, Doña Encarnación Socastro, persona especialmente querida por los estudiantes por su amabilidad y carisma, con una brillante tesis doctoral en referencia al pulpo, uno de los invertebrados más enigmáticos y sorprendentes.
Los animales en que D.Rafael se había especializado pertenecían a esos grupos desconocidos para el gran público, los Trematodos: si decimos que tales criaturas forman parte de ese complejo mundo de los parásitos que a veces interfieren con la salud humana, entenderemos mucho mejor la labor de tantos científicos, como nuestro protagonista, que casi siempre queda en el anonimato.
Pero la personalidad de este "Alvarado científico" iba mucho más allá de la observación de los animales invertebrados: tanto él, como sus naturalistas contemporáneos tenían un importante componente humanista; la mejor forma de definir a esta generación de científicos naturalistas sería la de "sabios", y, como su padre D. Salustio, D. Rafael era un sabio en toda la extensión del término.
Ya quienes disfrutamos de sus clases conocíamos la cuidada perfección de su prosodia y de sus escritos; se trataba de un admirador de la corrección, no sólo de nuestro léxico, sino también en esa compleja variante del mismo que conocemos como "lenguaje científico".
Su obra Código Internacional de Nomenclatura Zoológica le caracteriza como verdadero sucesor de Linneo al ayudarnos a clasificar correctamente a los miembros de las diferentes ramas del árbol de la evolución del reino animal.
Fue un verdadero acto de justicia que su preocupación por la corrección en el uso del idioma, tanto en su vertiente común como en la científica, culminara en su nombramiento de Académico de la Lengua Española, esa RAE, que últimamente se viene relajando demasiado al aceptar vulgarismos y neologismos que podrían calificarse de discutibles.
En su discurso de ingreso en la RAE puso al día a los Señores Académicos en toda clase de tecnicismos, cultismos y etimologías, muchas de ellas latinas, en referencia al lenguaje biológico; se trataba de una verdadera reivindicación y una invitación a comprender el mundo de la ciencia a través de la zoología. La "m" fue la letra que recibió con todos los honores en su sillón al profesor Alvarado.
La Encomienda de Alfonso X el Sabio era otra de las distinciones que el Zoólogo y Académico había recibido. De sus libros y publicaciones zoológicas y científicas en general, renunciamos, por su extensión, verdaderamente ingente, a hacer referencia. No olvidaremos su condición de presidente de la Sociedad Española de Historia Natural.
D. Rafael Alvarado Ballester falleció por un paro cardiaco el día 10 de abril de 2001; la triste circunstancia ocupó distintas páginas periodísticas, dada su condición de escritor y articulista, especialmente en ABC. Sus alumnos no le olvidamos.
Su hijo, que reúne dos apellidos insignes para la biología española, tras el nombre de su abuelo, D. Salustio, Salustio Alvarado Socastro, cruzó un día el Paraninfo que nos separaba, o mejor nos comunicaba, con el mundo de "las letras", para convertirse en Licenciado y experto en filología eslava. En la actualidad le honra su esfuerzo por mantener viva la memoria de sus insignes padre, madre y abuelo.
Espero que me sea permitido expresar el orgullo que me produce la amistad que mantengo con él, verdadero honor para mí, como prolongación en el tiempo de la que tuve con sus padres, Don Rafael y Doña Encarna; de ambos fui profesor ayudante antes de mi acceso a la cátedra de Ciencias Naturales de que fui titular hasta mi jubilación.
Esta amistad se ha fraguado a través de su seguimiento a nuestras páginas de Libertad digital y ha culminado en su bondad al haberme hecho depositario de un importante legado de bibliografía y toda clase de documentación y recuerdos de sus insignes progenitores, lo que nunca agradeceré de manera suficiente.
En el centenario de su padre, Rafael Alvarado Ballester, Catedrático y Académico, mi agradecimiento y mi abrazo.
Miguel del Pino Luengo, catedrático de Ciencias Naturales.