Era habitual en las parejas cursis de otra época que uno llamara al otro pichoncito o pichoncita. El apelativo cariñoso solía acompañarlo él de un pellizco en la mejilla de ella. Y ella, de una caricia en el mentón de él. Y así los había que se pasaban el día diciéndose lo de pichoncita mía y pichoncito mío, hasta empalagar a todo el que estuviera cerca. Pero, lo cursi no es incompatible con el amor. Es cierto que a veces la cortina de almíbar tenía por fin ocultar las graves desavenencias que padecían algunas parejas. Pero, en la mayoría de las ocasiones, constituía una sincera muestra de cariño y afecto. De modo que Pedro Sánchez podría ser un cursi, como efectivamente sabemos que lo es por otras evidencias, y eso no ser óbice para estar enamorado hasta las cachas de su mujer, como nos confesó en aquella carta, precisamente tan cursi, que hace unos meses nos remitió.
Esta interpretación no es sin embargo correcta porque el presidente no ha llamado a su mujer pichoncita, sino pichona. El significado es muy distinto. El término se empleaba mucho en las partidas de póker para referirse a los jugadores poco avisados a los que era fácil desplumar. La acepción que sin embargo recogen los diccionarios es más genérica: "Persona inocente o fácil de engañar". Y es verdad que la pobre a veces lo parece. Inspira compasión oírla perorar diciendo más sandeces que palabras o viéndola rodeada de socialistas mostrándole su adhesión y apoyo cuando sólo lo hacen por darle coba al gran jefe. Debería saber que lo único que les importa es seguir pastando en el prado en el que estén enchufados. Y que sus compañeros de partido, empezando por su marido, la arrojarían a los leones si se convencieran de que así pueden salvarse ellos. Lo harían todos a una, cogiéndola de los brazos y empujándola por la espalda al grito de "al hoyo con la pichona".
El revelador audio que nos ha dado a conocer la forma despectiva, aunque tierna, con que Sánchez se refiere a su señora no sólo es la prueba de la escasa consideración que le tiene y lo poco enamorado que está. Lo terrible es que afirma que ella será lo que sea, pero no es una corrupta, dando a entender que podría serlo de no ser tan tonta. Y claro que no es una corrupta, pero no por pichona, sino porque no puede serlo. Toda ventaja de la que haya disfrutado por ser la esposa del presidente del Gobierno ha sido gracias a la corrupción, no de ella, sino de su marido. Uno que, además de ser ruin y mezquino por referirse a su mujer en estos términos, se esconde tras sus faldas para ocultar sus fechorías. Que se lleve cuidado el necio, que, porque su mujer lo sea más, no deja de serlo él también, y no le pase como a Pablo Abraira y acabe siendo paloma por querer ser gavilán. Así sea.