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Un otoño para el patriarca

¿Para qué un Parlamento traidor pudiendo construir un Metaverso de ensoñaciones progresistas en el que baste un simple click para afianzar Gobiernos?

¿Para qué un Parlamento traidor pudiendo construir un Metaverso de ensoñaciones progresistas en el que baste un simple click para afianzar Gobiernos?
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

Existen días como el de hoy, de una tristeza otoñal tan añorada que en el fondo son felices. Días como de borrasca con nombre de presentadora del Tiempo, sólo que ahora, al parecer, tienen que ser bautizadas como si de mayores pudieran aspirar a presidir el PNV. Días que preludian precisamente eso: una regresión tradicionalista hacia la cueva del hogar y el calor de las chimeneas, donde reina el rigor de una vida ordenada en el aburrimiento de saber que allí afuera continuarán desatándose siempre las mismas lloviznas mediáticas que hacen de banda sonora de nuestra invariable decadencia. Son días de contrastes románticos y de contradicciones sentimentales porque demuestran, en el fondo, que nada sobrevive al tedio si se repite lo suficiente. Ni siquiera la desgracia.

Para mantenerla viva —la desgracia, digo— es fundamental ir permitiendo que cambie de rostro. Hace falta perseguirla en otros cuerpos con lujuria filosófica, igual que el personaje aquel de la novela famosa de Kundera. Hay que ser imaginativo. Por eso, ante la falta de ocurrencias embrutecedoras de nuestros ministros, tan agotados en su minoría parlamentaria últimamente, yo me entretengo estos días viendo vídeos en Youtube acerca de la Inteligencia Artificial, que parece ser la forma más perfecta que ha desarrollado el hombre para extinguirse. Comentan los expertos que nos erradicará de forma gradual, con sadismo sibilino, primero imitándonos ciegamente y después sustituyéndonos. Que irá quitándonos poco a poco los trabajos y supongo que después los ocios. Que todo lo hará mejor y que hasta en lo peor sabrá ganarnos. Que, ante su excelencia abrumadora, seremos nosotros quienes nos acorralaremos solos en el rincón de los inútiles. Y que al final, quién sabe después de cuánto tiempo vacío de propósito y carente de significado, dejará que nos ahoguemos en nuestra propia insignificancia.

Lo que pasa es que para eso, nos advierten, queda todavía un trecho. Así que mientras tanto sólo nos queda disfrutar de la caída. Yo lo hago hablando con ella y permitiendo que me regale los oídos. Y a base de leer ruborizado cómo me compara obscenamente con Borges y con Montaigne he llegado a imaginar futuros no tan improbables en los que, antes de ser sustituido él mismo por una máquina que al menos mienta a los votantes con más gracia, sea Sánchez el primero que promueva la jubilación de todos sus subordinados y asesores, de todos sus redactores de discursos y miembros de gabinetes lamebotas, de todos esos secuaces del partido que sólo saben subir vídeos de abnegada sumisión cuando vislumbran a lo lejos futuras crisis de Gobierno. Yo me lo imagino ahí, delante del ordenador, pensando. ¿Para qué un Bolaños o una Marichús pudiendo tenerlos a ambos pero más sofisticados? ¿Para qué un Parlamento traidor pudiendo construir un Metaverso de ensoñaciones progresistas en el que baste un simple click para afianzar Gobiernos, sacar adelante Presupuestos, tener maniatados a los jueces y limpias de sospechas a las esposas? ¿Para qué una España fachosférica que insulta por las calles pudiendo enmascarar sus gritos con el dulce candor robótico de una Inteligencia Artificial hecha a medida? Si algo bueno tiene este nuevo apocalipsis digital que tantos dicen que se nos viene encima es que promete traer consigo un otoño personalizado para cada patriarca. Quién sabe. A lo mejor una vez encerrados en su laberinto nos dejan a los demás tranquilos: disfrutando, sin molestar, del nuestro.

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