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Luis Herrero Goldáraz

Cuando el fútbol era un juego

Juzgar una agresión poniendo el foco en quien la "provoca" es una manera como otra cualquiera de deslizar que la respuesta ha sido proporcional.

Juzgar una agresión poniendo el foco en quien la "provoca" es una manera como otra cualquiera de deslizar que la respuesta ha sido proporcional.
Simeone y Ancelotti. | Cordon Press

Recuerdo el día y la hora exacta en la que me llamaron por primera vez —y última, no entiendo por qué— gordófobo. Yo acababa de pedirme un Whopper y dije lo que digo siempre que hago macarrones sin haber cenado el día anterior: "Joder, me voy a poner gordísimo". Al parecer, "existen connotaciones implícitas inexcusables hasta en las frases más triviales y es nuestra responsabilidad revisar la carga opresiva que podemos ejercer sobre quienes nos rodean si no aprendemos a medirlas". O eso me vino a increpar la compañera de piso de caderas anchas de mi exnovia justo antes de añadirle, delante de mí y con mirada retadora, un extra de nuggets a su menú gigante. Recuerdo el día y la hora exacta de semejante acontecimiento porque fue el día y la hora exacta en la que decidí que me iba a refugiar para siempre en el fútbol, es decir, el único lugar mental que seguía presentándose ante mis ojos como un refugio inexpugnable contra la epidemia universal que parece haberlo convertido todo en un pelmazo que tomarse demasiado en serio.

A mí me gustaba no únicamente el fútbol, sino cualquiera de sus aledaños porque me permitía desatar toda la incorrección que atesoro dentro sin sentirme atacado personalmente por las contestaciones todavía más incorrectas de mis interlocutores atléticos y culés. Aquello era hasta una forma de cortejo amiguil. De alguna forma compartíamos —oh, tristeza, ¿perciben ese pasado?— la convicción alocada de que en la vida existen juegos demasiado estúpidos como para llegar a las manos por ellos. Hoy hay gente que me responde que celebrar un gol mirando hacia una grada se merece una lluvia de mecherazos.

"Para mí, sanción al que provoca. Así equilibramos", dijo el domingo el Cholo Simeone. Y lo más sorprendente no fue que esa frase saliese de su boca al poco de haber sostenido, también, que no quería justificar a los violentos del Frente; sino que tanto aficionado atlético secundase después que había algo que equilibrar. En el fondo —y en la forma—, juzgar una agresión poniendo el foco en quien la "provoca" es una manera como otra cualquiera de deslizar que la respuesta ha sido proporcional. Y de ahí a exigir equilibrio en las condenas no hay ni un paso porque ya está implícito todo lo demás. Lo que quiere decir que, para no poca gente en España, la desproporción el otro día no se produjo cuando apareció la violencia, ni siquiera la verbal, sino cuando un portero respondió a unos insultos como cualquier aficionado habría respondido a un vacile en la barra de un bar. No sé a ustedes, pero a mí un juego tan serio no me puede interesar.

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