Se cumple un año del 7-O, 365 terribles días en los que Gaza ha sido devastada por una guerra en la que Hamás ha seguido escondiéndose tras la población civil y se ha negado a liberar a todos los secuestrados; en los que los continuos bombardeos de Hezbolá han acabado llevando la batalla también al Líbano y en los que Irán ha llegado a lanzar dos bombardeos a Israel, llevando al límite el conflicto cada vez más abierto que enfrenta desde hace décadas al régimen de los ayatolas con el Estado hebreo.
Vamos a analizar qué ha ocurrido en cada uno de estos escenarios y a hacer algunas conjeturas sobre qué puede ocurrir a partir de ahora en un Oriente Medio que estalló hace un año y cuyas hogueras parecen lejos de apagarse.
Lo que ha pasado en Gaza…
En una conferencia con periodista europeos organizada por la European Jewish Association (EJA) en Bruselas, Gaith Al Omari, palestino nacido en Jordania y experto del Washington Institute, aseguraba que "se ha destruido ya la capacidad de Hamás de funcionar como una organización militar", pero eso no significa que la organización haya dejado de existir, de hecho "sigue siendo una insurgencia muy fuerte".
Es una opinión similar a la que en el mismo evento mantenía el teniente general retirado Yaakov Amidror, uno de los expertos en defensa más influyentes de Israel: "A partir de ahora serán sólo una milicia más de la que se ocuparán las fuerzas especiales, como otros grupos en Jenín", decía.
Y también en ese encuentro de la EJA John Spencer, uno de los mayores expertos mundiales en guerra urbana, se manifestaba en un sentido muy similar: "Teniendo en cuenta todos los elementos con los que podemos medir la destrucción de Hamás, el hecho de que han desaparecido 23 de 24 batallones, el 90% del arsenal, la red de túneles… aunque mantengan el poder político en la Franja hay que concluir que Israel ha sido muy exitoso a la hora de golpearles", decía, añadiendo que está convencido de que "van a destruir" a la banda terrorista "y lo van a hacer pronto" y que, por tanto, hay que ir pensando en que "hay que llevar otro poder a Gaza"..
La conclusión, por tanto, es bastante clara: Israel ha completado casi todos sus objetivos militares contra Hamás, con la gran excepción de la liberación de los rehenes. El coste quizá haya sido mayor del esperado por muchos, tanto en tiempo como en destrucción como en vidas civiles –aunque John Spencer recordaba que "Israel ha tenido en Gaza un porcentaje de bajas civiles más bajo de cualquier otra batalla similar de la historia"– y los terroristas de Hamás siguen teniendo en buena parte el poder en lo que queda de la Franja, pero un nuevo 7 de octubre es ya imposible y todo parece indicar, más pronto que tarde, que los terroristas tampoco serán capaces de mantener ese poder.
… Y lo que va a pasar en Gaza
Pero el éxito en líneas generales de Israel no quiere decir que no queden tareas pendientes, la primera recuperar a todos los rehenes secuestrados, pues tal y como aseguraba el embajador de Israel Haim Regev ante la Unión Europea y la OTAN, el sentimiento y el convencimiento de los israelíes es que la guerra "terminará sólo cuando los secuestrados vuelvan".
Además, algunos como Gaith Al Omari creen que "no hay un día después", es decir esa situación bélica con muchos miles de soldados en el terrero va a seguir prolongándose en el tiempo. La "buena noticia" como él mismo la definía es que "muchos países árabes han mostrado su interés en jugar un papel" en el futuro de la Franja. Y "no sólo los firmantes de los Acuerdos de Abraham, sino también otros como Egipto y Jordania". Estos estados han puesto condiciones a su participación como que sólo lo harán si de alguna forma son requeridos por la Autoridad Nacional Palestina, "porque necesitan legitimación social", explica,
Sin embargo, todo el mundo es consciente de que la implicación de los supuestos representantes legítimos de los palestinos es más parte del problema que de la solución: la ANP muy desprestigiada entre su propio pueblo, es extraordinariamente corrupta y, al menos hasta ahora, no ha tenido verdadera voluntad de luchar contra el extremismo y la violencia.
Quizá esta sea la oportunidad de reconstruir un liderazgo palestino sobre unas bases más sólidas, señalan algunos expertos, que descartan un sistema de plena democracia porque no se puede asegurar que Hamás no ganaría las elecciones, pero sí que creen que puede ser un poder menos arbitrario, menos corrupto y, sobre todo, capaz de gobernar de una forma más eficaz y de llevar mayor bienestar al pueblo palestino.
¿Dos estados?
En este contexto, cuando se pregunta a los expertos por una solución de dos estados –como la que ha patrocinado de forma un tanto patética Pedro Sánchez– el escepticismo es máximo. De nuevo es perfecto escuchar lo que decía al respecto Gaith Al Omari: "Hay que ver la solución de dos Estados como un objetivo y una aspiración futura, en la diplomacia y la política a veces son necesarias estas ficciones".
Pero, eso sí, teniendo en cuenta que en este momento cualquier negociación sobre el tema está abocada al fracaso porque "la posición de Israel está clara y es dura, mientras que los palestinos están divididos y débiles" y que, por mucho que la propaganda nos diga otra cosa "los árabes tampoco quieren tener un Estado Palestino en su frontera" que pueda convertirse en un hamastán en cualquier momento.
Según Yaakov Amidor hay una clave de lo que podría y debería ser un socio confiable con el que avanzar hacia la paz: aquel que ilegalice a Hamás, algo que sería revolucionario en el ámbito palestino y que, desde luego, sólo podría hacer un gobierno cuya autoridad moral reconociese la calle en Gaza y Cisjordania.
El Líbano: ¿una guerra limitada?
En los últimos días, y tras una serie de golpes de extraordinaria eficacia contra Hezbolá, Israel ha emprendido una nueva invasión del Líbano, destinada en principio a ser limitada y que, como ha recalcado hasta el propio Netanyahu en un mensaje a la población de su vecino del norte no está destinada contra los libaneses sino única y exclusivamente contra la banda terrorista, sus miembros y sus infraestructuras.
Hezbolá llevaba muchos años siendo la gran preocupación de los estrategas israelíes, si antes del 7-O se hubiese hecho una encuesta entre los expertos en el propio ejército más del 90% habría apostado a que la siguiente guerra –por desgracia en Israel siempre hay una siguiente guerra– iba a ser en el norte y no en el sur.
Ahora esa guerra parece haber llegado, pero lo ha hecho bajo un prisma diferente fruto, por supuesto, de lo ocurrido el pasado 7 de octubre: el foco no está tanto en las intenciones del enemigo, sobre las que es obvio que no se puede estar seguro, sino en sus capacidades.
Así, la guerra en el Líbano tiene para Israel varios objetivos claros, empezando por el más urgente: devolver a las decenas de miles de desplazados a sus hogares en el norte de país, de los que han tenido que partir por los ataques permanentes de Hezbolá.
Para ello, Israel quiere acabar con cualquier capacidad que tenga la milicia terrorista de llevar a cabo una invasión del territorio como la del 7 de octubre y, además, se busca destruir otras capacidades ofensivas de Hezbolá, especialmente su arsenal de cohetes.
Otros objetivos son acabar con los oficiales de más alto rango de la organización, algo que en buena medida ya se ha conseguido, eliminar las infraestructuras que le permiten operar e imposibilitar la llegada de más armamento iraní, que acaba en los arsenales de la banda principalmente vía Siria.
Obviamente, la operación supone unos grandes riesgos y en sus primeros días hemos visto ya el peligro que corren los soldados israelíes y que no va a ser ni mucho menos un plácido paseo militar.
Además, según avance la destrucción del arsenal de Hezbolá Israel puede enfrentarse a lo que los expertos denominan una situación de use it or lose it (úsalo o piérdelo) es decir, que muchos terroristas se pueden ver impelidos a lanzar sus misiles, por ejemplo, ante la certeza de que en un plazo breve serán destruidos. Así, podría darse la paradoja de que a corto plazo Israel vea como su éxito en el Líbano crea una situación peor en el norte del país.
¿Una línea más allá del Litani?
El río Litani, a unos 30 kilómetros de Israel, fue la línea decidida hace ya 18 años como frontera virtual para Hezbolá, cuyos miembros no podían estar más al sur de ese límite según el acuerdo de paz de la Segunda Guerra del Líbano. Con la tecnología armamentística actual ese parece un límite demasiado cercano y, de hecho, Israel ha expresado su voluntad de que la nueva incursión en territorio libanés sirva para que se cree ese espacio colchón que contemplaban las resoluciones de la ONU, si bien en esta ocasión se respeten de verdad y no como ha venido ocurriendo en el pasado, pero un poco más allá del Litani.
Esto nos llevaría a una guerra muy destructiva pero, al menos por lo que al uso de tropas terrestres se refiere, limitada a un área concreta, otra cosa serán los golpes de la aviación que por supuesto llegarán allí donde sea necesario.
Esta posibilidad se enfrenta, no obstante, a dos problemas: uno que los riesgos que Israel está dispuesto a correr tras el 7 de octubre no son los mismos y ahora no se va a permitir el lujo de que algo como el Hezbolá que conocemos esté al otro lado de la frontera, aunque esa frontera en la práctica esté más lejos. Así, hay pocas dudas de que la intención es disminuir hasta casi eliminar las capacidades de la banda terrorista, no sólo alejarla.
La segunda es que, aunque probablemente a Hezbolá les podría interesar aceptar estas limitaciones a cambio de su propia supervivencia como organización, se trata de un grupo fanatizado que no siempre responderá al interés racional y, además, es la joya de la corona de los proxys creados por Irán en la región, así que como ya hemos visto el régimen de los ayatolas no sólo va a repetir sus habituales bravatas antisemitas, sino que puede verse, ya se ha visto, obligado a actuar de alguna forma.
La verdadera guerra es con Irán
Para muchos israelíes la eliminación de Hezbolá es la antesala de un conflicto a gran escala con un Irán demasiado cerca, además, de ser nuclear. Otros piensan que tras un año de guerra en Gaza y, probablemente, otro más en el Líbano emprender una campaña contra el régimen de los ayatolas es demasiado para un país pequeño como Israel.
Lo cierto es que Irán no atraviesa su mejor momento: hay una crisis económica brutal y el régimen ha dado muestras de inestabilidad en los últimos años, tanto en forma de movilizaciones masivas como por la eliminación de figuras fundamentales del régimen como el líder de la Guardia Revolucionaria Qasem Soleimani, asesinado en 2020.
Los expertos creen que Irán no podría mantener una guerra directa con Israel, ni por la situación económica, ni por el estado de sus fuerzas armadas –la inversión militar se ha destinado sobre todo a los proxys y el armamento no convencional como los misiles– ni por la desafección de un pueblo que no está con el régimen ni siquiera en lo más formal: en las últimas elecciones la abstención fue del 80% y sólo la represión ha logrado mantener a los ayatolas en el poder.
Pero sí tiene capacidad de desarrollar otras respuestas: los ataques con misiles que hemos visto son una de ellas y el terrorismo en todo el mundo puede ser otra, como ya ha ocurrido en muchas ocasiones en el pasado.
En este sentido Irán cuenta con comunidades chiís en gran parte de Occidente, menos numerosas que las sunís pero en las que ha llevado a cabo una labor de radicalización que en su mayor parte ha pasado bajo los radares de las fuerzas de seguridad. Además, también podría llevar a cabo esas acciones terroristas a través de terceros contratados como la ocasión, como parece haber sido el caso en el reciente atentado a Vidal-Quadras, un recordatorio de que España no está a salvo de este terrorismo por mucho que Pedro Sánchez se alinee con las posiciones más antiisraelís.
En definitiva, no sabemos cómo ni de qué forma se desarrollará esta guerra que, como dice Florentino Portero, en realidad lleva en marcha desde el triunfo de la revolución islámica en el año 79, pero que tras el 7 de octubre ha dado un salto a un nuevo escenario en el que, cada vez está más claro que el régimen mesiánico de los ayatolas es incompatible con el bienestar de los propios iraníes y con la seguridad no sólo de Israel sino de todo Occidente.