Mientras el PP se distrae haciendo propuestas más socialistas que las de los socialistas mismos, Pedro Sánchez le hacía un caño a Feijóo colándole la liberación de una cuerda de presos etarras condenados por delitos gravísimos. No choca que, entre ellos, esté Txapote, que, de ser liberado, podrá cumplir el mandato popular de votar a su benefactor. La conclusión inmediata es que los del PP, en especial los diputados, senadores y sus muchos asesores, son idiotas. Es una conclusión fácil porque la ausencia de vida inteligente en Génova es un clásico de nuestra política. Ya logró el PSOE sacar adelante, en la legislatura pasada, la contrarreforma laboral gracias al voto del avispado exalcalde de Trujillo, que, además de diputado, estaba investigado por un delito cometido en el desempeño de su cargo. Da toda la impresión de que el cociente intelectual medio no ha mejorado desde entonces a pesar de la renovación emprendida.
Pero, si se piensa, es imposible. Cabe que, en la ponencia, nadie del PP fuera demasiado sagaz. Y tal vez, entre los asesores, los encargados del asunto no fueran los más brillantes. Pero son demasiados diputados y senadores, amén del centenar largo de asesores. A poco que todos hubieran hecho una miaja de su trabajo, aun con capacidades limitadas, alguno tendría que haberse dado cuenta de lo que estaba ocurriendo. Son muy lerdos, incluso los que hablan en público, pero ¿tanto? Y ¿tantos?
El problema en realidad es otro, mucho más grave. Si al PSOE le ha gustado siempre utilizar el poder para colocar a cuánto más militante leal, mejor, con independencia de sus capacidades y aptitudes, en el PP se atiende menos a la comunidad ideológica y más al parentesco. Desde los tiempos de Aznar, allí se colocan, no a los más competentes, como debería ser; no a los más leales, como hace el PSOE, sino a los más próximos. Eso hace imposible que, aunque se cuele mucho inútil y bastantes cretinos, no haya alguien de valía, pues no van a ser todos los amigos y familiares tontos de capirote. Y por tanto es igualmente imposible que, a poco que todos ellos trabajen alguna hora a la semana, nadie se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Y entonces es cuando se llega al núcleo de la cuestión. Estando diputados, senadores y asesores todos enchufados, con independencia de lo espabilados que sean, que no lo son mucho, y más allá de la vocación de haraganes que tengan, que es grande, lo crucial es que, como buenos recomendados que son, no están allí para trabajar. Y mucho menos para leerse los áridos boletines de las Cortes. El enchufe sólo es enchufe si permite sestear, vaguear y holgazanear. A lo más, están dispuestos a emplear alguna hora al día a las redes sociales para dar rienda suelta a su limitado ingenio. Si tuvieran que ganarse el sueldo, ¿dónde estaría la gracia? Tontos y gandules son, pero no por casualidad, sino por enchufados. Y por estar todos enchufados, pasa lo que pasa, que Txapote, a la calle con los votos del PP. Bravo, Feijóo. Esto no lo mejora ni Casado.