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La nueva política le dará la victoria a Trump

Mientras, debemos prepararnos para la ola reaccionaria que supondría para todos los europeos una victoria de Trump en noviembre.

Mientras, debemos prepararnos para la ola reaccionaria que supondría para todos los europeos una victoria de Trump en noviembre.
El presidente de EEUU, Donald Trump | EFE

Nos encontramos a tres semanas de las elecciones y todo apunta a una victoria de Trump, que mantienen una ligera ventaja en los estados clave. La espiral de recuperación de Kamala Harris parece desinflarse, todo es posible, pero mejor que nos preparemos para cuatro años del outsider republicano en la Casa Blanca.

Donald Trump explicó en el debate con la candidata demócrata que los haitianos se comían a las mascotas en Springfield, que los inmigrantes serían deportados de forma sangrienta y presentó datos económicos notoriamente falsos. De hecho, es capaz de mentir sobre la órbita de la luna. No ha dicho nada concreto sobre lo que va a hacer si gana las elecciones y está condenado por un jurado, por unanimidad, por utilizar fondos públicos de la campaña electoral de 2016 para tapar la boca a una actriz porno con la que tuvo un lío. Es mal educado, soberbio, anciano y egocéntrico. Añadan todos los epítetos que deseen. Nada de esto ha hecho mella en el 60% de los hombres blancos, en el 20% de latinos y en el 35% de las mujeres, que votarán por él. A un mes de las elecciones, con todo el establishment en contra, está mucho más cerca de la Casa Blanca que su oponente. ¿Existe algún analista político que pueda explicar este fenómeno?

El trumpismo y los movimientos neonacionalistas son una reacción, a veces virulenta, a unos cambios sociales, políticos y económicos de una magnitud y una velocidad inimaginable que amenazan los pilares tradicionales de las formas como los humanos nos hemos relacionado en la historia.

Mi madre nació cuando la mujer estaba sometida al varón en todos los aspectos; la homosexualidad era un delito; el comercio internacional era insignificante y apenas el 1% de la población había viajado a otro país. El 50% de la humanidad dependía del campo y vivía en pueblos. No existía ni el teléfono ni la televisión, no digamos internet. La mayoría de las casas no tenían electricidad. El 90% de la población acudía a la Iglesia, la familia era un concepto universal e indiscutible y teníamos pleno control sobre la información a la que podíamos acceder. No existía la energía nuclear y el cambio climático era una entelequia, cuando más del 50% del territorio planetario era virgen y los mares estaban impolutos. Ni carrera espacial ni anticonceptivos. Todos y cada uno de estos límites han sido derribados y a mi madre le quedan todavía muchos años de vida. ¿Qué ha ocurrido para que todos los que perciben estos cambios como amenazas hayan construido una opción política que pretende revertir muchos de estos avances? La respuesta sencilla sería el miedo, pero debemos profundizar en las razones de fondo y entender la nueva política.

La izquierda, en sentido amplio, se ha visto incapaz de abordar su programa de igualdad económica, de lucha de clases, gracias a los avances económicos y la maduración del estado de bienestar. Incluso las nuevas élites económicas se encuentran más cómodas en esta nueva izquierda que las clases trabajadoras que nutren de votos a los neonacionalistas.

Siempre se puede hacer algo más, pero parece que el modelo no puede progresar más sin atentar contra otros principios fundamentales del sistema económico. En la búsqueda de algo qué ofrecer, la izquierda ha derivado el núcleo de su discurso hacia las políticas progres que alientan estos cambios, para arrogarse un voto que ya no decide en función de la presión fiscal, o la ayuda a la vivienda o los aranceles, sino del grado de defensa de los cambios señalados y de su profundización, algo que los conservadores denominan ideología woke.

La derecha tradicional, incapaz de llevar adelante su programa neoliberal por los compromisos adquiridos con la sociedad, ha debido virar la orientación para absorber el voto de los que perciben amenazas en lo que los progresistas ven ventajas y así surge esta nueva derecha, que solo tiene que defender la tradición frente a los cambios. En el medio han quedado los partidos socialdemócratas de derechas, que no saben cómo salir de esta trampa a la que los ha conducido la polarización política y social.

Los pilares del neonacionalismo, aunque siempre podemos ver variaciones, son: religión, proteccionismo y patriotismo, mientras que los pilares de la izquierda son inclusión, globalización y ecologismo, y si hablamos de países colonizados en el pasado, indigenismo, y esta colusión define a la nueva política.

El drama de la derecha tradicional europea es que no puede mostrarse contraria a los cambios para que no la tachen de carca, ni acercarse a los postulados a su derecha para que no la acusen de colaboracionista o fascista, y es aquí, en este conflicto, donde encuentra su lastre electoral, como hemos podido ver en las últimas elecciones que se han celebrado en Europa.

La derecha neonacionalista apunta en siete direcciones básicas:

  1. La raíz judeocristiana de Europa.
  2. El islamismo como la mayor agresión a esa raíz y a los valores que conlleva.
  3. La globalización como la mayor amenaza al aislacionismo cultural y económico que exigen.
  4. El proteccionismo económico, aunque sabemos que nada ha hecho más daño a las economías que la ausencia de competencia y mercado.
  5. El patriotismo, la defensa de la nación como un compendio de historia, tradiciones, mitología, valores y unitarismo que deben ser defendidos y preservados.
  6. El aislacionismo, cada uno se resuelve mejor sus problemas solo, limitándose la solidaridad solo a los semejantes que aspiran también a vivir aislados entre ellos y con escasa empatía ante los que sufren.
  7. La mezcla de culturas como una amenaza a la pervivencia de los valores tradicionales.

La izquierda progresista se ha asentado en los valores opuestos totalmente a los anteriores. Este virulento choque entre progreso y regreso al pasado nos recuerda a los peores momentos del siglo XX, con el auge de comunistas y fascistas y a la escisión de los Estados Generales, los que querían que nada cambiara y los revolucionarios.

El problema que tienen los socialdemócratas de derechas que todavía aguantan a duras penas es que no atraen ni a neonacionalistas ni a progresistas y en la indefinición siempre se fracasa.

¿Qué ha pasado para que estos cambios que comenzaron hace décadas se hayan convertido en un elemento político tan determinante?, en mi opinión, la conciencia de jibarización de Occidente. Los mundos "negro, amarillo e islamista" nos arrollan demográficamente y no solo en sus lugares de origen, sino que ya suponen un porcentaje muy significativo de nuestras sociedades. Una parte de la sociedad que se cree dueña del territorio y de los valores de Occidente vislumbra en esta realidad una amenaza que puede acabar con nosotros, si no ponemos remedio y volvemos al mundo del siglo XIX; pero ese ya no volverá, por mucho que algunos lo querrían. Occidente languidece y empezamos a tomar conciencia de la transformación a la que nos vamos a someter. Mientras que el progresismo no alcanza a ver en estas culturas una amenaza, que es evidente, a sus valores, la derecha neonacionalista lo tiene muy claro: no solo van a dinamitar el modelo de la derecha sino también el de la izquierda, y por eso todo el debate finalmente converge en la emigración y la globalización.

Es un debate sin sentido ni final. Europa, para mantener su nivel de vida, necesita cada año de más inmigrantes porque los occidentales no tenemos hijos ni queremos, así que cerrar las fronteras o devolver emigrantes nos empobrecería a unos niveles desconocidos. Obligarlos a que sean europeos no es tampoco fácil, teniendo en cuenta lo arraigadas que están sus creencias.

Otra característica de este choque es que otros valores o principios que considerábamos inmutables hoy se relativizan. Hay sectores en el neonacionalismo que sacrificarían la separación de poderes o incluso la democracia para la pervivencia de sus principios, y por eso la acción de Trump del seis de enero de 2021 resulta justificable. En la izquierda, a su vez, hay sectores dispuestos a limitar la libertad de expresión, algunos derechos individuales o incluso la democracia para salvar la ideología progresista.

En este choque de tiempos al que el mundo se encamina, que no de civilizaciones, ¿qué puede ofrecer la socialdemocracia que sea ilusionante y que resulte un proyecto eficiente y con futuro?

La respuesta daría para muchos libros, pero, de forma resumida, la derecha no puede renunciar al control de los movimientos migratorios y a la protección de los valores occidentales en nuestros países; tampoco puede renunciar al patriotismo y a la defensa de la nación, y debe ser inteligente en cómo abordar el problema del cambio climático, que es una realidad, pero que hay que diseñar con inteligencia y no con parches como se está haciendo hasta ahora. Tampoco puede renunciar a un cierto proteccionismo para proteger sectores industriales y tecnológicos claves muy dañados por las prácticas de dumping o de sobreexplotación de recursos naturales y humanos en muchos países.

Pero tampoco puede renunciar a las políticas inclusivas, ni al creciente laicismo de la sociedad, ni al feminismo, ni a las políticas sociales, porque son realidades inmutables que hay que cultivar y preservar.

Y, ¿qué margen le ofrecen los dos extremos? El ámbito de la libertad. Los progresistas y los neonacionalistas abogan por más Estado, por más intervención, por más control social. Es aquí donde la socialdemocracia de derechas puede ofrecer un modelo de menor intervencionismo, más participación privada en la economía, menos impuestos, una simplificación administrativa y un uso intensivo de las nuevas tecnologías en la gestión de los asuntos públicos.

El problema es que en Estados Unidos el debate ya se ha polarizado definitivamente, y por eso Trump encabeza las encuestas, porque la sociedad norteamericana es más tradicional que la europea. Por esa misma razón, la democracia cristiana, los liberales y toda esta socialdemocracia de derechas se desvanece ante el empuje de los extremos. Quizás en Europa todavía estamos mejor preparados para defender este modelo integrador, moderado y eficiente, pero ni eso garantiza el éxito. Tenemos que convivir con una ola reaccionaria que puede ser traumática durante un periodo de tiempo que resulta difícil cuantificar. Hasta que, como pasa siempre, la realidad supere a los dogmatismos. Mientras, debemos prepararnos para la ola reaccionaria que supondría para todos los europeos una victoria de Trump en noviembre. Y sus enormes consecuencias.

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