Julián es un librero de la Cuesta Moyano. Lo veo casi todos los sábados del año al iniciar su jornada laboral. Llega un poco antes de las nueve de la mañana. Aparca su furgoneta, atestada de libros, frente a su caseta, y comienza a trajinar. Viene de un barrio del sur de Madrid. Vive en Villaverde Alto y se crió en Orcasitas. Fue el colaborador principal del gran librero Alfonso, fallecido hace un par años; él le sigue llamando don Alfonso. Julián sigue con diligencia y tesón la herencia recibida de su viejo patrón. Julián es un currante nato. Observo este sábado, día 9 de noviembre, que su blanco furgón está muy manchado de lodo y barro. Está hecho un asco. Le pregunto, mientras descarga libros y un par tableros, si ha tenido algún percance. No, no, me responde al instante, como sin darle importancia. "Es que aún no he tenido tiempo de lavarla. Regresé muy tarde de Valencia". ¡Qué me dices! Él y otros tres vecinos, después de organizar una colecta popular en un bar del barrio, decidieron llevarlo a Valencia. Salieron muy temprano y regresaron de madrugada.
Fueron cargados de mantas, ropa, agua, comida, zapatos y nueve pares de botas altas de lluvia. "Las botas", me dice muy apenado, "es lo que más apreciaron. Ojalá hubiéramos llevado más". Le sonsaco, Julián no es de los que saca pecho a la primera. Es sentencioso y te suelta, cuando menos lo esperas, un taco preciso. Hispánico. Es exacto en su valoración de los listillos. Es un español de verdad. Cabreado. Digno. Empieza a contarme las dificultades para "entregar" el cargamento de los vecinos de Villaverde Alto. Los accesos, los aparcamientos, la entrega y, en fin, otros mil detalles son de película. "Había demasiada gente", concluye Julián, "que quería mandar". Pero, al final, consiguieron su objetivo. Fueron recibidos por los vecinos, por sus compatriotas, como agua de mayo. Vio la fraternidad.
Me enseña un video grabado desde el furgón y la cosa es, como suele decirse en estos casos, dantesca. Coches apilados, uno de ello enganchado en un balcón de una primera planta, barro, lodo, destrucción y ruina, y más ruinas.… "No aparecen personas", me indica Julián con solemnidad ciudadana, o sea con mala leche, "sólo faltaba ir allí para retratar el rostro de las víctimas". Ay, amigo Julian, tú quizá no sepas explicar bien qué es la dignidad humana, pero la llevas grabada en tus genes. Eres persona. Le di las gracias por representarme en Valencia. Y me fundí con él en un fuerte abrazo. Gracias, Julián, sí, gracias a personas como tú y tus vecinos del barrio de Villaverde Alto, aún merece la pena seguir viviendo en este país. Por vosotros me siento orgulloso de ser español. Jamás te diferenciarás, distinguirás y elevarás sin respeto alguno, como hace el cobarde de Sánchez, sobre todo lo que tenemos de común los seres humanos, la humanidad, la verdadera humanidad. Eres un ejemplar ciudadano. Nunca rehusarás a nadie la dignidad humana. Estás en el lado contrario de la casta política española.