Hace unos días, The Guardian, que de vez en cuando justifica la dictadura chavista alegando lo muy de derechas que es María Corina Machado, informaba que Nicolás Maduro tendía una rama de olivo a Donald Trump. El periódico pronosticaba que el atrabiliario magnate la recogería por diversos motivos: ya fracasó en su intento de derrocar al dictador bolivariano durante el primer mandato; necesita bajar los precios del petróleo; tiene amigos que desean hacer negocios en el país caribeño; pretende deportar a inmigrantes venezolanos ilegales, algo que no puede hacer sin la colaboración de las autoridades de Caracas, y no le interesa abrirse más frentes además de los que ya tiene en Ucrania, Oriente Medio y China.
Muy pronto se ha visto que esto no eran noticias sino deseos. El anuncio de que el próximo secretario de Estado será Marco Rubio es un desmentido en toda regla, pues no hay político estadounidense más decidido a combatir los regímenes comunistas en América Latina, lo que incluye no solo a Venezuela, sino también a Cuba y Nicaragua.
Así pues, la victoria de Trump no sólo ha sido un revés ideológico para nuestro Gobierno, sino también una amenaza a sus prósperos negocios en Venezuela. Durante los cuatro años de Biden, contó el chavismo con la colaboración demócrata para levantar buena parte de las sanciones y sacar de la cárcel al testaferro de Maduro, aparte de un par de sobrinos de su mujer condenados por narcotráfico. Todo regalado a cambio de unas elecciones que han terminado por ser una farsa. Para quienes piensen que Biden obró de buena fe, convendrá recordarle que el demócrata, vencidas las elecciones por Trump y plenamente consciente de que Maduro no abandonaría el poder a pesar de haber sido derrotado en buena lid, incrementó y prorrogó las licencias a empresas norteamericanas para comerciar con petróleo venezolano hasta bien entrado 2025. Ha hecho lo que nuestros socialistas, incluido Borrell. Fingió creer las promesas de Maduro para justificar los alivios otorgados a su régimen y luego, una vez demostrado que eran falsas, ha seguido haciendo negocios con él, para sí o para sus amigos, a cambio de cerrar los ojos a la opresión y el exilio de todo un pueblo.
Con Marco Rubio, la comedia no funcionará. El senador de Florida de origen cubano conoce muy bien a los comunistas caribeños. Y, con su experiencia, calará muy pronto a tipos de la calaña de Zapatero y Sánchez. Encima, muy pronto Borrell dejará de ser el responsable de la diplomacia europea y llegará la estonia Kaja Kallas, que sabe de primera mano lo que es el comunismo en el poder. Y encima es liberal. Cuando se entreviste con Marco Rubio, será muy fácil que se pongan de acuerdo acerca de la necesidad de mantener una línea dura con el régimen de Venezuela y contra quienes, en Occidente, especialmente nuestros socialistas, lo amparan por la puerta de atrás y le cobran el servicio a escondidas.