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Vida, pasión y muerte de la derecha en Cataluña

En la España polarizada de la segunda década del siglo XXI, los comunistas, o lo que todavía queda de ellos, se sientan en el Consejo de Ministros merced a los posconvergentes.

En la España polarizada de la segunda década del siglo XXI, los comunistas, o lo que todavía queda de ellos, se sientan en el Consejo de Ministros merced a los posconvergentes.
Jordi Pujol. | Archivo

El próximo domingo habrá transcurrido ya medio siglo desde el día que un pequeño grupo de buenos burgueses catalanes unidos por el miedo atroz a la hegemonía de la izquierda autóctona —entonces representada por el PSUC— tras la ya muy inminente muerte de Franco, pero también por otro temor paralelo y no menor, el de que los cambios demográficos acontecidos tras la arribada de grandes contingentes migratorios procedentes de la España meridional diluyesen la identidad etno-cultural local, fundaron Convergencia Democrática de Cataluña.

Una acta solemne de nacimiento que no por casualidad tuvo por marco físico de la celebración la sala de actos del Monasterio de Montserrat. Aquel fin de semana de 1974, con la dictadura ya a punto de pasar a los manuales de historia, los monjes de Montserrat dieron su bendición simbólica a una alianza estable y con vocación de permanencia entre el mundo del Dinero (así, con mayúscula); el del catolicismo conservador posconciliar con afán de poder e influencia social; y, tercero pero no último, el del nacionalismo indigenista que postulaba una especie de asimilación cultural segregada ( valga la contradicción) de la inmigración por la vía de la sustitución lingüística.

Hoy, cincuenta años después de aquella epifanía germinal, la derecha catalana, que lo había sido todo durante cuatro décadas tanto en su territorio de referencia como en la configuración de los grandes equilibrios que determinan los juegos de poder en España, es apenas folclore histriónico y testimonial. En Cataluña, donde la derecha lo ha sido todo, hoy no es nada. Pero la suprema paradoja de la efeméride es la que remite a que aquel desasosiego compartido, el que empujó a Pujol y su feligresía a alumbrar un partido interclasista que frenase el acceso de los comunistas al poder, con el tiempo acabaría convirtiéndose en justo su contrario. Así, en la España polarizada de la segunda década del siglo XXI, los comunistas, o lo que todavía queda de ellos, se sientan en el Consejo de Ministros merced a los posconvergentes. Ya lo dijo Rubén Blades: sorpresas te da la vida.

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