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Irse de X

Si algo me dice la experiencia es que la gente más dramática suele ser la que se lleva el drama con ella cuando se va.

Si algo me dice la experiencia es que la gente más dramática suele ser la que se lleva el drama con ella cuando se va.
Perfil de Elon Musk en X. | Cordon Press

Durante siglos la gente llegaba a los sitios y se veía obligada a saludar, yo supongo que para que después no resultase demasiado violenta la hora en la que tocase despedirse. Eran tiempos más rudimentarios, en general. La tecnología no había suprimido del todo las distancias, así que las sociedades aún tenían que recurrir a estas argucias educacionales si querían vigilarse eficazmente. Por aquel entonces uno sólo entraba en contacto con sus vecinos cuando coincidía con ellos en el bar, pongo por caso. O en el ascensor. O en la cola de la pescadería. Y si, descubriéndose en la tesitura, se sentía obligado a saludarlos nada más verlos y a despedirse a la hora de marcharse, la mayoría de las veces no era tanto por compartir su compañía como por no tener que hacerlo.

"Aquí estoy yo y ahí estás tú, que me conoces", era como si se dijese. "Te lo hago saber por cortesía, palabra que viene del latín y significa, básicamente, que estamos obligados a coincidir durante este tiempo ambiguo en el que deberemos comportarnos sabiendo que ninguno de los dos somos anónimos, pero que tampoco vamos a espiarnos". Después, tras las palabras de rigor, cada uno podía irse a ocupar tranquilamente su respectivo espacio. E ignorarse mutuamente durante horas con toda la paz del universo, hasta que por algún casual uno emprendía el camino de vuelta a casa y se encargaba de avisar al otro, como desembarazándolo de la ilusoria carga de la notoriedad. Era un mundo más civilizado.

Las redes sociales, con su universalización de la ubicuidad, vinieron a derribar precisamente eso. En la esfera digital la posibilidad esporádica del regreso al anonimato dejó de ser posible. Es, como si dijéramos, toda entera un bar. Y en él nos encontramos quienes en ella estamos durante todo el tiempo. Hay mucho caos y mucho insulto y mucha conversación interesante. Pero lo bueno, al fin y al cabo, es que tampoco es obligatorio decir adiós al aparcarla.

O eso pensábamos. Esta semana, varios periódicos y no pocos tuiteros se han ido de X y la noticia no ha sido tanto esa como que hayan querido anunciárnoslo al resto. Los timelines se han llenado de repente de extensos comunicados explicativos, de parrafadas de denuncia antifascista y hasta de vídeos con largas homilías políticas. Ha sido tanta la intensidad que yo, por un segundo, he llegado a creer que abandonaban para siempre internet y sus tristes cuitas. Que, hartos de esta aglomeración intoxicante –siempre los que intoxican son los otros–, nos daban al resto un toque en el hombro para avisarnos de que es posible regresar a aquel hogar arcaico en el que las chapas se pegan exclusivamente en las barras los domingos porque de alguna forma hay que soltar lo acumulado el resto de la semana. Por un momento hasta he sentido envidia. Pero después me he enterado de que adonde en realidad se mueven es a Bluesky –o a Instagram, o a TikTok– y he caído en la cuenta de que lo que ha pasado, si nos paramos a pensarlo, es que una serie de parroquianos han querido alzar la voz por encima del griterío para decir adiós porque se cambian de mesa. En fin. Yo no sé qué tal se acabará pasando el rato en ella, pero si algo me dice la experiencia es que la gente así de dramática suele ser la que se lleva el drama con ella cuando se va.

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