
Hablamos no hace mucho del fracaso del Estado en relación con la DANA de Valencia –sí, del Estado, de lo público, no del sistema autonómico o de esta o aquella administración– y hoy recordaba esta idea al leer la noticia de la que nos hacíamos eco en Libertad Digital sobre la advertencia que la jefa de la Policía de Berlín, Barbara Slowik, ha lanzado a sus ciudadanos en una entrevista. O, mejor dicho, a una parte de sus ciudadanos: los judíos y los homosexuales, que deben tener "especial precaución" en determinados barrios de la ciudad. Traducido al lenguaje que todos entendemos: yo si fuera vosotros no iría por allí.
La señora Slowik ha ido mucho más lejos de lo habitual en estos casos, porque ha aclarado a qué barrios se refería, una aclaración por otra parte era bastante innecesaria a menos que vivas en los mundos de Yupi de la diversidad cultural: los de mayoría musulmana o, en sus palabras, aquellos "en los que vive gente mayoritariamente de origen árabe, que muestran simpatías por grupos terroristas".
No voy a entrar ahora en la coincidencia asombrosa que supone que la causa palestina consista, en Alemania igual que en Oriente Medio, en perseguir y agredir a judíos, casualidades de la vida. Lo que me parece más interesante es el fracaso de los Estados y las sociedades europeas que las palabras de Slowik revelan.
Si, tal y como comentaba a propósito de la DANA, una de las funciones clave del Estado es auxiliar a aquellos que se encuentran en un momento de extrema necesidad, otra todavía más clara es proteger a sus ciudadanos. Hasta tal punto es esta una labor de la inmensa maquinaria estatal que le hemos entregado el monopolio de la violencia legítima, lo que especialmente en las sociedades europeas nos deja indefensos ante la mayor parte de las agresiones a menos que contemos con la protección de la policía.
Pero la policía reconoce que si eres judío u homosexual no puede protegerte. En Europa, en el año 2024.
Porque no es un problema sólo de Berlín: hace sólo unos días en Ámsterdam y durante toda una noche miles de aficionados del Maccabi de Tel Aviv sufrieron un auténtico pogromo: fueron perseguidos y golpeados por las calles, sin que la policía pudiese evitarlo. Es un problema de Europa, un continente que no protege a una de las minorías más vulnerables, al grupo al que se ha perseguido durante 2.000 años, a los nietos de los que pasaron por el Holocausto.
No, no estoy comparando las declaraciones de la policía berlinesa o los disturbios en Ámsterdam con la Shoá, por supuesto, pero sí estamos viendo cosas que se parecen de forma terrible a una Kristallnacht. Y lo peor de todo es que hoy, como ayer, no hay ninguna reacción, ni de los Estados que admiten y casi pregonan su impotencia ni de las sociedades que son incapaces de darse cuenta de lo que está ocurriendo y rearmarse moralmente, pero no sólo moralmente, para lo que no es que se nos venga, sino que lo tenemos encima.
Es terrible, en suma, que la Europa de 2024 nos recuerde tanto a la Alemania de 1938 y, sobre todo, que nadie haga nada por evitarlo.
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