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La testostecracia

En las corruptelas socialistas al final nunca hay espacio para el wokismo. Lo único que cuenta, en la estrategia de salvar el culo, es la medición desafiante del diámetro testicular.

En las corruptelas socialistas al final nunca hay espacio para el wokismo. Lo único que cuenta, en la estrategia de salvar el culo, es la medición desafiante del diámetro testicular.
Pedro Sánchez y Felipe González | EFE

En los años de corruptela y pelotazo, beautiful people, noche-ochentera y ostentación, el socialismo ya era trinque, polvo blanco, y lencería fina. En los días en que se entrelazaban investigaciones judiciales y periodísticas, cuando empezaba a congelársele la sonrisa a toda una generación de cargos públicos todopoderosos y a sus arbolitos de Navidad circundantes, lo común a todos los implicados desesperados era el argumento cojonil. Cuatro décadas después, las cosas están en el mismo lugar. Los empresarios corruptos satélites del PSOE no quieren comerse el marrón en solitario, y los cargos políticos menos. ¡Qué lejos quedan los días de camaradería, selfies, reparto de sobres y champán caro en exuberante compañía! Como sea, ante la falta de razones, tan solo exhiben el recurso a la testosterona, es decir, a la chulería de cintura para abajo. Quizá por eso en las corruptelas socialistas al final nunca hay espacio para el wokismo. Lo único que cuenta, en la estrategia de salvar el culo, es la medición desafiante del diámetro testicular.

Año 1992. Cacho y García Abadillo proclaman "el fin de una era" tras destapar el Caso Ibercorp, paradigma de corrupción del primer éxtasis socialista de la democracia. Inocente error: la era no había terminado, era solo el tráiler de la película de hoy. "Quien opine que los empresarios enriquecidos al calor de la era socialista tienen una ideología progresista, se equivoca. Esos hombres, sencillamente, no tienen ideología", escribieron en La estafa a comienzos de los 90, y parecía una definición premonitoria de Pedro Sánchez, que se dijo político, pero por lo que estamos viendo es más bien empresario.

"La guerra de Ibercorp se ha cobrado, pues, numerosas víctimas", reflexionaban los periodistas en otro capítulo, "tenía razón Manuel de la Concha cuando, a finales de enero, aseguró en el restaurante La Misión que iba a morir matando". Y esta es la clave. Morir matando. Aldama y Sánchez están en ello. Están en pleno shini-ai (o muerte mutua), que en las viejas historias de samuráis alude al instante en que dos combatientes prefieren la muerte antes que la deshonra, y finalmente mueren ambos, y en deshonra, aún con el "por encima de mis cojones" resbalándoles por la comisura de los labios.

La lucha de gigantes sería entretenida para el espectador imparcial si fuéramos eso, espectadores imparciales. Pero no lo somos. Desde que comenzó el caso, los españoles estamos padeciendo a un presidente indigno que arrastra a diario todas nuestras instituciones por el lodo para tratar de salir indemne de una aventura que jamás podría terminar bien. Es cuestión de tiempo. Pero ese tiempo es oro para la nación.

En la testostecracia el sistema democrático queda abolido y es sustituido por un sistema fálico, en concreto, el sistema fálico del presidente del Gobierno. No llega a ser autocracia, porque eso sería demasiado elaborado para quien, olvidándose de su cargo y posición, se asoma a un canutazo de barra de bar a referirse como "este personaje" al tipo que ha empezado a tirar de la manta, en horrible pero popular expresión, y que tiene en sus manos acabar con su carrera política, siempre y cuando sea capaz de librarse de los balcones de un séptimo piso, los accidentes de tráfico fortuitos, y la comida a domicilio adulterada, que son infinitas las casualidades siempre que llegamos a este punto y la izquierda se juega el poder.

Ni siquiera en estas graves circunstancias es capaz el testócrata de pensar con la cabeza fría, llevado por la ira, prefiere el enfrentamiento directo, soñando tal vez que a fin de cuentas quien tiene el monopolio de la fuerza es "su persona"; a propósito, tal es el nerviosismo de Sánchez que ha vuelto a recuperar el "mi persona" para referirse a sí mismo. Falócrata con ínfulas de emperatriz.

Volviendo a La estafa, estamos donde estábamos. "Un modelo cultural edificado sobre el culto al dinero, el pelotazo, la corruptela, la información confidencial", reflexionan al final del libro, "ahora empezamos a pagar las consecuencias de aquel modelo". Con muy escasas interrupciones, en realidad, llevamos cuatro décadas pagando las mismas consecuencias. Ellos cobrándoselas, y nosotros, los ciudadanos, pagándolas. Quizá la única buena noticia es que, después de que Sánchez y su ugly people desokupen el PSOE, el partido socialista responsable de la gran mayoría de los males de España habrá dejado de existir. Y con él, confío, la bochornosa testostecracia, que va siendo hora de aplicarle al Gobierno uno de esos quirúrgicos cambios de sexo que con tanto entusiasmo promueven.

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