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Que cada palo aguante su vela

Nuestro clima mediterráneo y nuestra orografía nos condenan a sufrir más DANAS.

Nuestro clima mediterráneo y nuestra orografía nos condenan a sufrir más DANAS.
Calle Metge Peset con Calle Catarroja, Paiporta. | Libertad Digital

Habrá nuevas DANAS, que nadie lo dude. Nuestro clima mediterráneo y nuestra orografía nos condenan a ello. Que la próxima no nos sorprenda y minimizar las victimas deben ser los objetivos prioritarios.

Las principales circunstancias que han conducido al desastre recientemente sufrido por la Comunidad Valenciana podrían resumirse en los puntos siguientes, sin que nos atrevamos a señalar una ordenación en función de importancia.

Carga de peligrosa burocracia

El orgullo por la llamada "patria chica", no solo legítimo sino digno de elogio, se ha confundido en múltiples ocasiones con el emprendimiento de un peligroso camino a la diversificación de las funciones ejecutivas del estado y la confusión de responsabilidades entre el gobierno central y los correspondientes autonómicos. La falta de legislación nacional bien clara, que delimite los ámbitos de unas y otras, ha sido una circunstancia tan lamentable como demoledora.

El lamentable "y tú más" al que hemos asistido abatidos, entre autoridades autonómicas, "ministrines", que dicen en Asturias, y ministros gubernamentales, ha resultado absurdo e impúdico. Ante la falta de medidas inmediatas, como la declaración de catástrofe nacional por parte del Gobierno, y el desconcierto en la gestión local, que indigna a los vecinos que reclaman, con toda razón, ayudas y socorro inminente, clamamos que "cada palo aguante su vela".

Falta de obras de infraestructura

¿Nadie va a recordar al expresidente Rodríguez Zapatero que canceló ideológicamente el Plan Hidrológico Nacional previsto, y parcialmente financiado por el anterior gobierno de José María Aznar y teóricamente sustituido por las desaladoras de la ministra Narbona? Lo peor no fue tal supresión, sino la absoluta desidia en la planificación de otras posibles obras para la prevención de catástrofes hidráulicas como la sufrida recientemente.

Las zonas inundables con posibilidad de riesgo catastrófico, sean conos de deyección de torrentes (recordemos la tragedia del camping de los Alfaques en el Pirineo), como las ramblas de las llanuras aluviales levantinas habitadas y profusamente pobladas, necesitan obras de adecuación periódicas para minimizar los riesgos, como las limpiezas de cauces y las canalizaciones y sumideros preventivos. Si se hace dejación de estas responsabilidades no se puede garantizar la seguridad de los habitantes de tales entornos.

Por impopulares o polémicas que puedan resultar, las obras de represa de las aguas de escorrentía previsibles en zonas inundables son necesarias e imprescindibles. ¿Cuántos años sin emprender labor alguna en este sentido desde la supresión "zapateril" del Plan Hidrológico Nacional? "Entre todos la mataron".

Lo estábamos temiendo, pero llegó; nos referimos a las ampulosas declaraciones del presidente del Gobierno asegurando que "el cambio climático mata", por añadidura ante foros internacionales. En ocasiones anteriores, ante el paisaje desolado de incendio forestales con víctimas humanas ya se había atrevido a decir lo propio, pero ante el recuerdo de otras riadas catastróficas que el levante español viene sufriendo de forma secular, cada vez son menos quienes creen en estas excusas para justificar la injustificable inacción de un gobierno fanatizado por las ideologías del nefasto, e hiperconsumista Al Gore, que nuestro presidente sigue de forma tan fanática como la ya amortizada "niña Greta".

Faltan estudios de ingeniería y ecología

Hay que ponerse a trabajar inmediatamente para trazar, con la máxima profesionalidad, los planes necesarios para gestionar futuras riadas en las zonas inundable españoles: tales trabajos requieren la máxima colaboración entre el gobierno de la nación y los correspondientes autonómicos. Mientras se llevan a cabo, es necesario olvidarse de absurdos requerimientos burocráticos, idiomáticos y localistas; hay que llevar al parlamento las leyes necesarias para que, ante una catástrofe ambiental, estén perfectamente claras las obligaciones y responsabilidades de cada cuerpo e, incluso, de cada individuo.

Seguramente los ingenieros tendrán los planteamientos más claros, porque podrán actuar con mucha menos carga ideológica; la parte correspondiente a los apartados ambientalistas, debería ser tan científica como la otra, pero será muy difícil que los científicos, como recomendaba a los médicos el insigne Claude Bernard, dejen en el perchero sus prejuicios antes de pasar a trabajar en el laboratorio.

Por mucho que tengan de atractivas las normas previstas para la regeneración de los paisajes naturales europeos, y por grande que sea al respeto a la biodiversidad, es necesario actuar con determinación para poner en prioridad la vida humana respecto a cualquier otra consideración, sea de carácter económico o ecologista. No hacerlo así generará, sin duda, una serie de efectos rebote por parte de las poblaciones afectadas por las catástrofes, que terminarán odiando a los patos, y a cualquier otra criatura que el ecologismo pretenda, y no sin razón, proteger.

Porque los intentos de convertir Europa en una arcadia ecologista, más propia de David el gnomo que de los muchos e ilustres científicos españoles anteriores a tanto fanatismo lego, jamás pueden imponerse al bienestar, y no digamos a la vida humana. La ecología, no el ecologismo, dichosos "ismos", debe tomar la palabra sin dilación.

Como establecía la famosa ley del "tribunal de las aguas" levantino, "calle vosté" (quien no sepa, por presidente del gobierno que sea), y "parle vosté", quien este capacitado y cualificado.

Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.

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