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Réquiem por Pedro Sánchez

Usted sabe que, como dice Trapiello, está muerto. De la mano del tiempo se va yendo. Pero no es sólo usted quien fallece. También su memoria.

Usted sabe que, como dice Trapiello, está muerto. De la mano del tiempo se va yendo. Pero no es sólo usted quien fallece. También su memoria.
Pedro Sánchez. | EFE

Se lo pregunta toda España y se lo preguntaba el pasado sábado Andrés Trapiello en sus Figuraciones: "¿Cuánto le queda por morir al muerto Ese? Porque nadie duda ya de que es un muerto muriendo, embalsamado en su propia corrupción y a lomo de sus propios gusanos". Luego, para finalizar el artículo, el autor contestaba: "Que ese otro Muerto siga muriendo, y dejemos que los muertos entierren a los muertos". Y digo yo: ¿Quién se va a subir al caballo cuando hayamos descabalgado a Pedro Sánchez? La respuesta que ofrezco es que será la democracia. Así, en general.

A todo esto, ¿qué piensa la gente? Antes de la respuesta, ¿quién es la gente? ¿Los afiliados del PSOE, los del 41º Congreso federal celebrado este fin de semana, los que "adelantan por la izquierda", según rezaba el eslogan de la convención, los asistentes a los mítines de Sánchez, las clases medias que votan estabilidad, los pequeños burgueses sanchistas, los de los ERES absueltos por Conde-Pumpido, los empresarios dóciles con todo su golpe de IBEX, los situados confortablemente por la agencia de colocación de Ferraz, los oscares en plan Puente y López y así sucesivamente? Yo creo que el gentío que ha salido contento del cónclave es el formado por Marisú Montero, que sonría tronchando una rosa; Begoña Gómez, que, guapa como una flor de estufa, aplaudía; Félix Bolaños, que, aunque es ministro de Justicia, no puede con la balanza de la diosa Temis y está empeñado en destripar a Montesquieu; Fernando Grande-Marlaska, desertor de la judicatura y al que ni policías ni guardias civiles respetan y él conoce bien el motivo. Este es el resultado televisivo, la imagen conseguida.

A propósito del concilio de Sevilla, uno lo que ve es que, pese al 90% de votos que Sánchez ha logrado en su reelección, el Congreso se ha cerrado en falso y que de él sale un partido agrietado por díscolos que practican el juego a la contra. Léase José Rodríguez de la Borbolla y la entonación de su singular mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa. Pero uno también ve o cree ver que el PSOE es un alcázar, un búnker, en expresión de García-Page. Lástima que sólo sea el PSOE de Pedro Sánchez y no del socialismo. El presidente no gobierna para los españoles, sino para la base, que es la que le vota. Los socialistas intelectuales, los de verdad, los de corazón querrían otra cosa, pero Sánchez se ha puesto en este Congreso el sombrero bicornio de Napoleón y eso asusta. Sobre todo a los cobardes.

Ahora bien, Pedro Sánchez, en su fuero interno, percibe que poco a poco, paso a paso, se va quedando solo. Ante la situación, al presidente el personal le pide que dimita. La voz "dimisión" suena incluso dentro del partido. Pedro Sánchez es hoy un rey Lear sin más familia que un hermano y una cónyuge imputados por llevárselo crudo. Sabe que está solo hasta de enemigos porque los ha matado a todos, como ha asesinado a un tal Lobato que va de decente e invoca la verdad y la ley tras declarar en el Tribunal Supremo. Pedro Sánchez, obsesionado en aumentar su poder, lo único que ha ensanchado es su soledad, en la que se proyecta el oro sangriento de Delcy Rodríguez, la pasta canalla de su hermano, el teclado del software de su santa, el rojo de las mascarillas de Ábalos, el olor a pachuli de Koldo, las tretas del ministro Albares, copiloto del Falcon, la estampa de la vicepresidenta Yolanda Díaz con el último modelo de lolita y la rabia que le producen los jueces sin miedo ni esperanza, que son los únicos con los que no puede.

El otro día, mi mujer, con fina intuición femenina, pero también con el tono cáustico de la fiscal que ha sido tantos años, dijo una cosa que me hizo cavilar: al presidente hasta los suyos le están dejando de querer. Quizá no le falte razón. Es probable que quienes quieren a Pedro Sánchez quepan en el puño del logo del PSOE. Es un ídolo con los pies de barro, de ese con el que salió sucio y por patas en su visita a la zona arrasada por la maldita Dana. Es muy probable que en la calle a Pedro Sánchez muchos le detesten y no hablo de los que le insultan o le arrojan lodo y palos. Cuando una moción de censura desahució a Rajoy de la Moncloa para instalarse él, Pedro Sánchez presentaba la imagen de una persona alegre y responsable, pues daba a entender que lo suyo era la cercanía con los ciudadanos y que la revancha o el ajuste de cuentas no formaban parte de su programa de gobierno. Sin embargo, ese hombre, al poco tiempo, fue mutando hasta convertirse en un ser sin palabra, o sea, un trolero, un trilero. La clave de la metamorfosis del presidente del Gobierno es esa fullería fría que le define y eso el pueblo lo nota. Pedro Sánchez es el Juan Palomo de una democracia personalista, un líder por encima de todos, capaz, en palabras de Tomás Gómez, el que fue alcalde de Parla, de destrozar al disidente mediante el aislamiento y la ayuda de una cuadrilla de fontaneros. Es un maestro en el arte de dejar caer a quien ose toserle o inquietarle. Primero les defiende y hace eso tan circense de poner la mano en el fuego, pero llega un momento en que los arroja a la fosa común. Pedro Sánchez se ha cargado a tantos que ya tiene su particular Paracuellos.

Además, lo de Pedro Sánchez no es sólo una cuestión de ética política. También es estética. Se ha puesto antiestético por mentiroso, está enfermo de soberbia, intoxicado de incoherencias y lerdo de expresión, aunque luego salga muy pinturero en la tele pública, que es su Moncloa-2. Según se va viendo por el canturreo de Aldama, los silencios elocuentes de Javier Hidalgo, los plantes y desplantes de doña Begoña y las tocatas y fugas de su hermano, Pedro Sánchez está anegado por la corrupción hasta el punto de que la única democracia que patrocina es la que se compra y se vende. Se trata de tener contento al personal, con la ayuda de la sopa boba de la televisión de sus amigos, que es una democracia de telenovela.

Dicen los suyos que sólo los fanáticos antisanchistas y los medios de comunicación ultramontanos dudan de la honradez del presidente, cosa que no descarto, pues la avidez de poder de Pedro Sánchez es tan fuerte que no le permite otras codicias. Cuando los únicos enemigos del presidente son los jueces independientes y los periodistas libres, lo que está blindando es su ego compulsivo, ese que para Freud era una mezcla de autismo y narcisismo y que calificaba como el motor de la vanidad, el orgullo, la arrogancia y la ambición. Nietzsche lo llamó "voluntad de poder".

España ya no tiene presidente, por mucho que el señor Sánchez salga por la tele y por mucho Congreso federal que celebre. En don Pedro Sánchez Pérez-Castejón no se puede confiar. La saga de los escándalos, las corrupciones, los delitos públicos y privados, desautorizan su gestión y hasta su pasado. Es más. Pedro Sánchez ha dejado de ser él para iniciar el camino del olvido. Es un presidente agónico que a lo largo de seis años y pico no ha creado nada y lo bueno que había lo ha destruido. Únicamente ha levantado un ensamblado sistema de intereses a imagen y semejanza de una sociedad mercantil limitada, que no anónima. Lamento decirlo, como lamento decir mucho de lo que llevo escrito, pero un demócrata de cuerpo entero no puede seguir aceptando la corrupción del hermano director de orquesta y de su señora por mucho, según proclama, que esté enamorado de ella hasta las trancas como el adolescente con acné que fuimos todos.

A estas alturas, Sánchez es un hombre acabado, sin biografía. En términos democráticos, un presidente del Gobierno que miente tanto como él, está liquidado. Sánchez recuerda a Nixon, a quien no le perdió la ilegalidad, sino la negación de la ilegalidad, el engaño, algo que en democracia no se perdona. La política, cuando se hace mediante trampas, y aquí se incluyen los pactos contra natura con nacionalistas y separatistas, se convierte en mercadería y eso es lo que Pedro Sánchez lleva haciendo desde hace años. A mí, como a muchos españoles, no me es indiferente que siga de presidente, aunque, políticamente, hace bastante tiempo que le doy por perdido. No obstante, me duele que el presidente del gobierno cada día se humille un poco más que el anterior. ¿Por qué? Ya nos dio el espectáculo celiano de verle huir de Paiporta, rebozado en mierda e indignidad. Los españoles han llegado a tal cansancio de él y sus mentiras que lo mejor es que se largue con la pensión de "ex" en el bolsillo. O, si lo prefiere, que se vaya a la oposición, a Bruselas, o a la OTAN, pero que no se crea imprescindible. Lo único imprescindible es España.

Presidente Sánchez, permítame que se lo diga: esto se acaba. Las berlinas negras olientes a cadaverina circulan con parsimonia por la autopista de La Coruña, camino de Cuelgamuros. Tengo para mí que está usted de cuerpo presente en La Moncloa. Adiós al tanatorio del Gobierno. Adiós al palacete neoherreriano. Todo va terminando. Ha gobernado usted difundiendo engaños como se distribuyen folletos de casas de lenocinio. Excelentísimo señor, usted sabe que, como dice Trapiello, está muerto. De la mano del tiempo se va yendo. Pero no es sólo usted quien fallece. También su memoria.

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