Se ha perdido la cuenta ya de las veces que Pedro Sánchez ha sacado a relucir el comodín de Franco, cuyo cadáver ha manipulado y paseado sin contemplaciones. Ahora se trata de celebrar el cincuenta aniversario de su muerte, cosa que acaba de anunciar el presidente del Gobierno con el habitual despliegue de medios y memeces. Medio siglo. La "idea" es programar conferencias, exposiciones, cursos y toda clase de actos tan inconcretos como el anuncio. De una cosa así no se avisa a falta de dos semanas para el año del cincuentenario del traspaso, lo que prueba que estamos ante otra improvisación del equipo del fango y las filfas de Sánchez.
A falta de otra cosa que hacer, el presidente del Gobierno recurre al régimen anterior para negar por comparación sus tics autoritarios y perfiles despóticos, el afecto por regímenes cafres como el de Maduro o las ganas de censurar a los medios críticos, entre otros curiosos rasgos del personaje. Es más que evidente que el "francomodín" es una cortina de humo, un señuelo para desviar la atención de las graves imputaciones judiciales que penden sobre todo el entorno presidencial, de la familia a los subordinados del partido y del Gobierno, así como de los pactos con los herederos de la banda terrorista ETA y con los que dieron el último golpe de Estado en España.
El nexo de unión entre asuntos como los negocios de Ábalos, los de Begoña Gómez y los de Aldama es el propio Sánchez, la única constante entre todas las variables relativas a la extracción de recursos públicos para beneficio privado. Así las cosas, Franco es un espantajo estupendo para parapetarse y ya le ha funcionado otras veces. Es digno de recordar el traslado de los despojos en helicóptero en compañía de la entonces ministra de Justicia y notaria mayor del Reino, Dolores Delgado, y el que fuera secretario de Estado de comunicación y ahora presidente de Efe Miguel Ángel Oliver. Sucedió en octubre de 2019.
Aquel despropósito no pasó factura ninguna al presidente del Gobierno, que utiliza la figura de Franco con la misma fe que el dictador profesaba al brazo incorrupto de Santa Teresa que tenía en su mesilla de noche. Cada vez que pintan bastos, Sánchez, supersticioso de manual, invoca a Franco y se sienta a esperar acontecimientos.
Ahora acusa a los jueces de pasar información privilegiada al PP, como si las escandaleras de su esposa, de su hermano, de Ábalos y demás peña sanchista no fueran tan de dominio público como perfectamente previsibles. Y a la voz de que "mueva el culo" de la fina y distinguida diputada Nogueras, nuestro presidente se muestra dispuesto a reunirse hasta con el prófugo Puigdemont. Eso no lo tapa ni Franco, se podría pensar, pero sí, resulta que lo tapa todo pues Sánchez está convencido de que pasará a la historia por haber desenterrado los restos del dictador, no por haber enterrado la democracia española.