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La Navidad se inventó para esto

De todas las sensaciones bonitas de la vida, quizá la más reconfortante es darte cuenta, de repente, de que para tus hijos eres casa, eres hogar, su espacio seguro.

De todas las sensaciones bonitas de la vida, quizá la más reconfortante es darte cuenta, de repente, de que para tus hijos eres casa, eres hogar, su espacio seguro.
Bruce Willis encarnando uno de sus papeles más famosos. | Youtube

En el avión había al menos media docena de bebés. Justo en la fila delante de mí había una familia con dos críos. El más pequeño pasaría por poco los seis meses, miraba a su alrededor con una curiosidad insaciable, sorprendido de poder sostener su propio cuello, y mostraba su satisfacción con esos ruiditos tan absolutamente hilarantes que hacen los bebés cuando empiezan a hacer cosas, dando manotazos imperativos aunque su manita tenga el tamaño de un sello de correos. Mientras la madre recorría el pasillo arriba y abajo con el bebé en brazos, tantas veces que al final había volado el doble de kilómetros que el resto del pasaje, el padre se encargaba del hermano mayor, un chiquillo de tres años con auriculares sumergido en la pantalla de una tableta que reproducía en bucle Baby Shark (tu-tu-turururu).

A veces tenía ganas de pedirle a la madre que me prestara un rato al bebé, que tenía unos ojos tan azules que se distinguían incluso en la penumbra de un avión volando de noche. En la fila de delante, padre e hijo se tumbaron a lo largo de los tres asientos y se quedaron como troncos; el niño encima de su padre, convertido en colchón y almohada. No soy nada envidioso, me considero un privilegiado en casi todo, pero en ese momento, ay. Lo que habría dado yo por tener a uno de mis hijos durmiéndose encima de mí en vez de un señor con halitosis robándome el reposabrazos. De todas las sensaciones bonitas de la vida, quizá la más reconfortante es darte cuenta, de repente, de que para tus hijos eres casa, eres hogar, su espacio seguro. Lo que pasa es que mis hijos son ya adolescentes y hay un impedimento emocional, pero sobre todo logístico, para poder dormir apilados en los asientos de un avión.

"Cuando se tienen padres, siempre se tiene casa. Cuando tienes padres, pasa lo que pase, hay un sitio al que volver". Las palabras de la actriz Ana Milán resuenan sobre todo a aquellos que ya perdimos a nuestros padres y somos la generación más vieja de nuestras familias. Hace casi quince años que murió mi padre y un lustro que murió mi madre, y raro es el día en que no me acuerdo de ellos, sobre todo de ella. Mi madre era el primer número que marcaba en el teléfono cuando tenía una buena noticia que dar, y sigue siendo la primera persona de la que me acuerdo cuando me sucede algo, para bien o para mal. "Qué pena que no esté aquí para ver esto", o: "Menos mal que no está aquí y no tiene que vivir esto", según el día. "Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera". Creo que deben quedar cuatro tribus no contactadas en las Islas Sentinel del Norte y en las selvas de Nueva Guinea que no conozcan la primera frase de Ana Karenina. Mi familia era de las segundas. Digamos que de cero a la parentela de Hamlet, mi familia estaba instalada en un cómodo cinco y medio o seis de disfuncionalidad. Mis padres se llevaban igual de bien que Rusia y Ucrania, y a veces tenían la capacidad comunicativa de un trozo de basalto en el fondo de una cueva no explorada por el ser humano, pero, efectivamente, mientras estuvieron vivos yo tuve un sitio al que volver (bueno, dos), en el que siempre era bien recibido, sin importar cómo ni por qué. Derrotado, triste, feliz, hambriento, sin un duro, triunfal, siempre tenían algo para mí, aunque fuera consuelo, aliento y conversación. Muchas veces no hacía falta nada más.

Hoy yo soy la casa de mis hijos, que también tienen dos sitios a los que llamar hogar. Dudo que esté en el top 100 de mejores padres del mundo, pero seguramente entro sin demasiadas dificultades en el percentil 33. Mis hijos hace tiempo que dejaron de creer en Papá Noel y los Reyes Magos, pero de un tiempo a esta parte, ya creo yo por ellos: sigue haciéndome la misma ilusión comprarles regalos como cuando eran niños que apenas levantaban un metro del suelo, a los que había que atar casi físicamente a la cama para que no invadieran el salón a las cuatro de la madrugada de la noche de Reyes. "Se siente uno un terrorista de la felicidad", decía el padre de Mafalda. Así sigue siendo.

Tolstói se sorprendería de ver cómo, en realidad, las familias felices también pueden serlo cada una a su manera. Hay familias rotas pero alegres, familias de dos, de tres y de veinte miembros, amigos que son familia y familias que incluyen a los amigos. Ninguna familia es perfecta y maldita la falta que hace. Cuando era niño, o joven e idiota, mi madre me obligaba en ocasiones a vencer mi natural abulia y mover el culo para ir a ver a una tía o tía abuela a la que no tenía ganas de visitar. Ahora que ya no soy joven, creo que puedo decir que en total a lo largo de mi vida me he arrepentido un total de cero veces de hacer caso a mi madre en esto. Y en casi todo; como nos pasa a, supongo, absolutamente todos, cuantos más años pasan, más pienso en cuánta razón tenía mi madre, y en cuánto me parezco a ella.

Mi avión aterrizó en Milán a eso de las siete de la tarde. Era 19 de diciembre así que ya había un buen cargamento de gente regresando a casa por Navidad. Al otro lado de la recogida de equipajes se vivían las mismas escenas que en el inicio de Love Actually, la segunda mejor película navideña de todos los tiempos. Hace años que mis hijos no pasan conmigo el 24 de diciembre, pero sé que son felices con su otra mitad de la familia y con eso me basta para serlo yo también: soy feliz por persona interpuesta. Al día siguiente nos subiremos a un tren los tres para ir a visitar a su otra mitad de la familia, pero antes tendré tiempo de ver, como cada año, la mejor película navideña de todos los tiempos, sin discusión posible ni admisible: La Jungla de Cristal. Y eso también es felicidad. Yipi-Ka-Yei, Tolstói.

De todo corazón, queridos lectores: Feliz Navidad.

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