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El peligroso sueño de una noche monclovita

¿En qué aciaga noche de verano Sánchez terminó de encapricharse de sí mismo?

¿En qué aciaga noche de verano Sánchez terminó de encapricharse de sí mismo?
EFE

Tengo un amigo capaz de enamorarse en sueños. Esto es algo que quienes no sabríamos enamorarnos ni aunque nuestras vidas estuviesen siendo escritas por Federico Moccia somos incapaces de valorar, pero es que he preguntado a gente cuerda y tampoco. Yo una vez creí estarlo hasta las trancas y al cabo de unas horas resultó que lo que tenía eran gases. Como es natural, lo mejor que se me ocurrió para tratar de reconducir a mi amigo por la senda de la sensatez fue sugerirle que dejase de cenar fuerte. Desde hace un par de meses no hemos vuelto a hablar.

Más allá de lo importante en este asunto, que es la insana propensión al enamoramiento de mi amigo, la sutileza en su manera de contármelo merece otro comentario aparte. Todo siguió una estrategia comunicativa perfecta. Empezó con una pregunta genérica, de esas que se hacen en las mesas concurridas para encender debates absurdos que alarguen las posibilidades de acabar todos borrachos mirando el amanecer. Siguió, lógicamente, con una disertación sobre Ibn Hazm de Córdoba y su calamitoso relato acerca del hombre que se enamoró de su esclava mientras dormía. Y concluyó con la revelación, a esas alturas no demasiado sorprendente, me dirán, de que eso mismo le ocurría a él. La cosa es que llegados a ese punto yo no recordaba exactamente a qué se refería. Y como sólo podía suponer que no había tenido nunca a nadie en régimen de esclavitud, me lo tuvo que aclarar. Fue peor. Hoy vivo con miedo a quedarme dormido en cualquier vagón de metro y despertar suspirando al escuchar la voz que avisa: "Atención: estación en curva. Al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén".

Porque el tema es que no es una exageración. Mi amigo me dice que se ha enganchado en serio con las personas más insospechadas. Un día se echa una siesta y se despierta como si hubiese protagonizado El diario de Noah junto a alguna cara más o menos conocida. Después se pasa meses rumiando una obsesión que ni la de Tom Ryddle padre después de beberse aquella poción de amor. Y al cabo de un tiempo inescrutable el sentimiento se le sedimenta al fin, justo debajo del montón de ilusiones rotas que desbordan la sima subconsciente en la que alguna vez creyó haber enterrado el corazón.

Por supuesto, a quienes huimos de esta clase de peligros la noticia no puede resultarnos más aterradora. Estar enamorado es una cosa sin sentido que le hurta a uno la capacidad de raciocinio y le sume en un estado de enajenación del que después quién sabe si podrá salir. Se expone uno a los mayores ridículos. Tanto, que al cabo de un rato dando vueltas en la cama para evitar lo que podría ser, en lo que termina uno pensando es en qué aciaga noche de verano de hace cuánto Sánchez terminó de encapricharse de sí mismo. Cómo debió ser esa mañana en la que se asomó obnubilado a su reflejo. Y de qué formas truculentas ha mantenido viva esa pasión desde entonces; enrevesando cada día más las líneas de fuga de una ficción absurda de la que últimamente estamos conociendo sus aristas más alucinantes. En la última semana, escuchar a Sánchez es escuchar a un hombre arrebatado. Un peligro andante. Y la cosa es más bien triste: quién nos iba a decir a los cobardes que no hacía falta caer en la trampa del enamoramiento para sucumbir a los caprichos del amor.

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