El Palacio Real ha sido el escenario del mensaje de Navidad del Rey, el marco más adecuado para ilustrar el décimo aniversario del reinado de Felipe VI y la historia detrás de una Nación acosada por los pactos del Gobierno, las concesiones al separatismo golpista y la abrumadora ineficacia de un Ejecutivo que ha mostrado con ocasión de la trágica gota fría en Valencia su incompetencia, falta de coordinación y un empleo mezquino y cicatero de los recursos públicos.
El Rey no podía dejar de referirse a la catástrofe que ha causado más de doscientos muertos. Vuelve a mostrar una cercanía que contrasta con la actitud del presidente del Gobierno, con su alejamiento de la realidad y su desprecio por las víctimas de la Dana. Felipe VI ha pronunciado un discurso muy medido, pero con las debidas alusiones a la ruptura del pacto de convivencia y la discordia en la vida política, unos hechos que sólo pueden ser atribuidos a Pedro Sánchez y sus socios.
La inmensa mayoría de los muchos problemas que ha señalado el Rey en su intervención son o han sido causados por una acción del Gobierno que no contempla precisamente el bien común al que se ha referido el monarca sino la permanencia en el poder a cualquier precio, incluida la igualdad entre los españoles y sus derechos y el desmantelamiento del Estado en favor de los nacionalistas periféricos. Es Sánchez quien ha roto el consenso en torno a lo esencial y quien niega la existencia de un espacio compartido por todos los españoles con independencia de su origen territorial.
Es también Sánchez quien niega el espíritu y la letra de la Constitución de 1978, quien altera y amenaza "el gran pacto de convivencia" constitucional y quien debilita las instituciones. Y es a Sánchez a quien conviene que no haya la serenidad a la que ha apelado el Rey y para quien la "discordia" y el "constante ruido de fondo" resulta el contexto más adecuado para sus políticas destructivas.
La tragedia de Valencia ha permitido constatar todos los males de la política nacional, la ausencia de empatía y consideración por parte del Ejecutivo, el afán sanchista por derribar la separación de poderes y arrasar a una oposición desnortada y desunida. Con toda seguridad, las buenas intenciones y recomendaciones expresadas por Felipe VI caerán en saco roto.


