
La estampa del año es la de los reyes en Paiporta avanzando hacia los ciudadanos mientras Pedro Sánchez huye en dirección contraria totalmente despavorido. Si no existieran esas imágenes sería difícil de creer que un tipo tan arrogante como el presidente del Gobierno fuera incapaz de aguantar la ira ciudadana. Sánchez, el hombre que se ríe de la oposición en el Congreso, el sujeto de andares desahogados, media sonrisa y ternos prietos, ese, asustado, quebrado y humillado. Más humillado aún por el contraste entre su fuga y el aguante de Felipe y Letizia frente a unas personas que lo habían perdido todo y carecían de toda ayuda hasta que al Gobierno le dio por autorizar tarde, mal y a desgana la intervención del Ejército.
El instante es histórico, un momento estelar digno de Zweig. Detalla la presencia de ánimo del monarca y su consorte al tiempo que revela las carencias y flaquezas de Pedro Sánchez, el miedo a los ciudadanos abandonados a su suerte pero cuyos impuestos financian un Estado sometido a los despóticos procederes del sanchismo, que vuelve a insistir en fiar las ayudas a la aprobación de los Presupuestos Generales. El retrato de Sánchez huyendo en volandas de sus guardaespaldas tendrá consecuencias. De hecho ya las ha tenido. Para empezar ha recrudecido la ofensiva del presidente del Gobierno contra el Jefe del Estado, culpable de saber estar y de dar la cara cuando hay riesgo de que se la partan. No como él.
La invitación para que el Rey acuda al primer acto del cincuentenario de la muerte de Franco es una de esas maniobras presidenciales contra la Corona. Ese día, el 8 de enero, Felipe VI presidirá la entrega de credenciales de un buen número de embajadores, un compromiso de Estado incompatible con su presencia en la astracanada ideada por Moncloa para desviar la atención sobre los casos de corrupción que rodean a Sánchez. Está muy claro lo que pretende el líder socialista al organizar cien actos sobre el fallecimiento de Franco, del que habrá que recordar que murió en la cama mientras el PSOE era una organización menor que no había tenido ningún papel digno de consideración en la oposición al régimen.
De un aquelarre socialista sobre Franco se puede esperar cualquier cosa, pero hay dos que son obvias: recrear la España de los dos bandos y deslegitimar la monarquía. Contará para ello con todos sus socios, incluidos los nacionalistas vascos y catalanes, muchos de ellos hijos y nietos de quienes hicieron negocios fabulosos durante el franquismo y que ahora se volverán a presentar como unos notas que todavía no habían nacido pero ya corrían delante de los grises. Los de Junts y ERC se la tienen jurada al monarca por el discurso que pronunció el 3 de octubre de 2017, en pleno golpe de Estado separatista. Pero más ganas le tiene Sánchez, quien no perdona que Felipe y Letizia no se arrugaran donde él se hizo fango.