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Federico Jiménez Losantos

Veinticinco años de Libertad... y los que vendrán

Si no hacemos esto nosotros, ¿quién lo hará? No podemos dejar en paz a estos liberticidas, lerdos cuanto felones, sacrílegos cuanto analfabetos.

Si no hacemos esto nosotros, ¿quién lo hará? No podemos dejar en paz a estos liberticidas, lerdos cuanto felones, sacrílegos cuanto analfabetos.
La presentadora Lalachús durante la Nochevieja de Televisión Española y milicianos fusilando al Corazón de Jesús en la Guerra Civil. | LD/Agencias

Hace un cuarto de siglo, los problemas para la libertad de expresión en España que nos llevaron a crear este grupo eran parecidos a los de ahora. Había una mayoría aplastante de medios en manos de la izquierda, no sólo en la propiedad, a veces aún de derechas, sino en las redacciones, pobladas por periodistas de izquierda, de extrema izquierda o separatistas radicales. Dentro de la derecha, el liberalismo era una tendencia minoritaria y exótica, a pesar del triunfo de las ideas de la libertad con Reagan y Thatcher en los años 80 y del sólido nivel formativo en nuestras filas, gracias a la tarea de divulgación de clásicos austríacos por Unión Editorial y con profesores en la Universidad todavía jóvenes, pero que defendían abiertamente el legado de Mises, Hayek, Friedman y, más al fondo, el de la Escuela de Salamanca.

Al final del verano, la flor y nata del liberalismo en lengua española nos reuníamos en Albarracín, en las Jornadas Liberales Iberoamericanas, cuyas dos primeras convocatorias fueron en Benidorm, por gentileza del alcalde Eduardo Zaplana. Pero al cambiar el panorama político, nos acogió, sin necesidad de apoyo político, Manuel Pizarro, entonces al frente de Ibercaja, contando con la Fundación Santa María de Albarracín, de Antonio Jiménez, que tiene excelentes instalaciones, más la Diputación de Teruel y el obispo de Teruel-Albarracín, castigado por sus superiores en aquellos hermosos y solitarios parajes. Ahí nos cogió el cambio de siglo y milenio, y ahí expuse yo la necesidad de crear, junto a una revista de pensamiento, La Ilustración Liberal, un diario digital, en el internet entonces naciente, para seguir la actualidad política mundial desde el punto de vista liberal; en el sentido europeo y español.

Porque, aunque casi todos los presentes en Albarracín escribíamos en periódicos importantes y publicábamos libros con eco notable, lamentábamos no tener un diario de referencia genuinamente liberal, ni en España ni en América. Fundaciones, universidades, editoriales, sí, pero no un medio para seguir, al día y a la hora, como permite internet, lo que pasa en el mundo sin que nos dieran gato zurdo por liebre diestra. No pensaba que los Vargas Llosa, Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y otros famosos participantes en las Jornadas fueran a dejar sus bien pagadas columnas en la prensa de papel, pero sí tenía la convicción de que podíamos sacar el periódico en España y, a partir de ahí, ya veríamos adónde nos llevaba. Era, pues, una aventura nacida de una necesidad y que necesitaba una empresa.

De la COPE inesperada a la necesaria Libertad Digital

La historia de esta empresa merece ser contada por capítulos, para que otros no la cuenten por nosotros, y eso debo negociarlo con Javier Somalo. Otra cosa es lo personal en esta aventura, que solo puedo y debo contar yo.

Todo empezó cuando murió Antonio Herrero, en mayo de 1998. En De la noche a la mañana. El milagro de la COPE, he contado las circunstancias terribles que rodearon el suceso, al otro día de que Aznar nos llamara a Luis Herrero y a mí a la Moncloa para que rompiéramos con él, porque estaba decidido a cargárselo. La situación de Antonio en la COPE era muy difícil, y seguramente no habría podido seguir en la cadena. Sin embargo, como cuento en La dictadura silenciosa, en su lecho de muerte, el padre de Antonio nos hizo prometer que no nos separaríamos, y estábamos decididos a cumplir esa promesa, aunque supusiera el ostracismo profesional.

La fatalidad nos impidió cumplir nuestra promesa, y nos vimos ante otra bien distinta: continuar tras su muerte el legado de quien creíamos inmortal. En aquel verano, estuve trabajando a la vez en La Mañana y en La Linterna, por ayudar a Luis en sus madrugones y para que alguien sin duda piadoso, pero poco apropiado para hacer algo que ni entendía ni le gustaba, no hundiera un programa líder de audiencia y que tanto nos había divertido. El entonces presidente de la Conferencia Episcopal, Don Ángel Suquía, vio con buenos ojos mi desinteresado trabajo, y tomó una decisión que ya habían tomado, sin avisarme, García y Luis, pero que necesitaba que se levantara el veto de los obispos a alguien que no era católico ni había dirigido nunca un programa, aunque con Luis hacía casi dos horas en uno de tres. Y en su último año al frente de la Conferencia, Suquía, que era un místico, muy respetado, avaló mi nombramiento para hacer la noche.

La muerte de Antonio, lógicamente, fue para mí un motivo de meditación obsesiva. Nadie tan lleno de vida podía morir, y había muerto; y nadie había dejado huella tan profunda, que no debíamos llenar, pero sí honrar. Antonio cumplió su destino. Me tocaba, sin pretenderlo, cumplir el mío. Así que cuando me convencieron García y Luis, y salvo Isabel y Rosana, que las quería conmigo, me hicieron el equipo necesario para un novato que no quiera fracasar antes de empezar, hice justo lo que mis amigos me dijeron: haz el programa que te dé la gana, el que te apetezca, y saldrá bien.

La radio como escuela popular de economía e historia de España

Y salió. Sobre todo, en el segundo año diseñé un formato nuevo que incluía por primera vez una sección de economía política, no un boletín de bolsa, sino una verdadera escuela de economía popular, igual que en La Linterna estábamos haciendo una escuela de historia de España rescatando a todos los historiadores malditos y respaldando todas las investigaciones nuevas sobre el terror rojo y otros tabúes de la historiografía falsaria de izquierdas. Yo llevaba años estudiando la historia del comunismo en España, y, dentro de mi preocupación nacional, y a partir de los clásicos austríacos, había empezado a leer a los autores ya olvidados de la Escuela de Salamanca, que me permitían establecer una base teórica sólida en una radio de los obispos, que, con excepciones, jamás se habían preocupado por esa tradición, pero que, con Rouco a la cabeza, la acogieron con sorpresa y hasta satisfacción.

Mientras La Linterna cogía velocidad de crucero, Aznar, al final de su primera legislatura y cuando se daba por segura su victoria en la siguiente, fundó la Internacional Centrista, que yo critiqué en Viaje al centro de la nada, y que planteaba otro dilema, al que dediqué El invierno mediático de la Derecha, ambos publicados en La Ilustración Liberal. ¿Qué íbamos a hacer los liberales, que claramente estorbábamos en el proyecto de Aznar? Antes, fue Antonio; ahora, era yo. Y llegué a la conclusión de que debíamos reaccionar creando un arca como la de Noé ante el diluvio tecnocrático y antipolítico que se nos venía encima. No necesitábamos a Zapatero para constatar que la traición de la Derecha a su base social y a los valores que decía defender, tendría, como tuvo y tiene hasta hoy, letales consecuencias.

No hubo, por tanto, nada personal sino moral e ideológico en la fundación de Libertad Digital, un año después de la Ilustración Liberal y antes de Libertad Digital TV y esRadio. Si las ideas de la Libertad estaban en peligro, y lo estaban, había que crear todos los medios posibles, incluido el naciente Internet, para defenderlas. Como prueba de su animadversión y creciente despotismo, Aznar prohibió a todos sus ministros que acudieran a la presentación de "Con Aznar y contra Aznar", orden que, con Esperanza Aguirre a la cabeza, acataron todos ovinamente. Sólo Álvarez del Manzano se atrevió a saltarse la censura del Faraón. Y es que nunca puedes fiarte de un democristiano, ni para el mal, ni para el bien.

Nunca fiarse de los partidos, sólo de las ideas

Valga nuestra experiencia como aviso para los incautos que creen que después de la dejación de Aznar y de la deserción de Rajoy, el PP ha aprendido la lección. Ni puede, ni quiere, ni sabe. Las ideas de la libertad debemos defenderlas por principio, sin esperar nada de una casta política de derechas, más casta que de derechas. Con la excepción de Madrid, a ese partido le espantan las ideas liberales. Y no digamos a Vox, antes refugio de liberales con principios y hoy alquilado a Putin en lo político y al nacional-sindicalismo en lo económico, que ha prohibido a sus dirigentes esclavos ir a esRadio, no se le pegue algo. De los partidos no debemos esperar nada.

Una foto y el espíritu de una misión

En un reportaje en televisión sobre mi vida en el periodismo y alrededores, me preguntaron, si no reprocharon: "¿Entonces, tú crees que tienes una misión?" A lo que contesté: "Por supuesto que la tengo". Ya he contado por qué inesperado camino llegué a esa conclusión, tras la muerte de Antonio Herrero, hace ya veintisiete años. Espero seguir cumpliendo esa obligación, libremente asumida, de defender a España y la Libertad, todo el tiempo que me sea dado. Hay cosas que otros hacen mejor, pero hay muchas otras que solo hacemos nosotros. Por eso tenemos el deber de perseverar y asegurar que el grupo Libertad Digital dure más que el cuarto de siglo, que, para empezar, no ha estado mal. Vendrán más, muchos más.

Como postal de despedida, compárese la foto de los milicianos fusilando en efigie al Corazón de Jesús y a una miliciana de la pasta gansa riéndose de la estampa en la Televisión Espantosa de Sánchez. Si no hacemos esto nosotros, ¿quién lo hará? o, ya que estamos, ¿quién mejor? No podemos dejar en paz a estos liberticidas, lerdos cuanto felones, sacrílegos cuanto analfabetos.

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