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Trapecistas del péndulo

Los millonarios del mundo parecen haber terminado de otorgarle a Trump una victoria cultural que sobrepasa a la que ha conseguido en las urnas.

Los millonarios del mundo parecen haber terminado de otorgarle a Trump una victoria cultural que sobrepasa a la que ha conseguido en las urnas.
Mark Zuckerberg. | Wikimedia Commons

Es verdad que las vacaciones descansan el alma. En ellas uno acaba viendo su pasado y su futuro como a través del velo de los sueños. Y tanto es posible llegar a reposar que, por segundos, los verdaderos sueños que se van teniendo adquieren la textura de la realidad. A Almeida un niño le preguntó en la cabalgata madrileña si le había pedido a los Reyes Magos que se vaya Pedro Sánchez y su voz atiplada resonó de pronto con la cadencia ambigua de una voz universal. Era una voz que pedía muchas cosas, pero sobre todo no hacer distinciones entre todas esas garrapatas que se dedican a succionarle a quienes nos dedicamos a vigilarlas la energía para no llorar. Esa noche, después de días de desconexión pacífica, soñé que bajo el árbol de esta España nuevamente ilusionada lo que reposaba envuelto era un Parlamento de mentira. Se trataba de un experimento radical. Una partida presupuestaria tal vez excesiva pero sin duda necesaria si lo que queremos es evitar el naufragio definitivo de nuestro porvenir. Consistiría simplemente en un pequeño esfuerzo cívico por mantener una ficción que contente el ego de nuestros políticos de juguete —esos que sólo gestionan su carrera profesional—, evitándonos tener que sufrir las consecuencias de sus tejemanejes. Para ello bastaría con confeccionar una caja llena de un dinero limitado para que se sigan repartiendo sueldos y cargos inútiles, coches oficiales y revuelo de cámaras siguiendo el paso de su andar. Pero ahorrarnos que tengan la potestad de modificar las reglas para robarnos todavía más.

A la mañana siguiente, día 6, pensé en que algo de eso podría hacerse más o menos con las cartas que tenemos. A saber: un presidente lo suficientemente vaciado de ideología, una militancia socialista mansamente secuestrada y una mayoría parlamentaria real tan virada a la derecha que no sería demasiado descabellado que comenzasen a aprobarse iniciativas legislativas útiles para los españoles y que Pedro Sánchez se las apropiase colocándoles el marchamo progresista de ocasión. Gasté toda la mañana de Reyes entre sueños homéricos imaginando estrategias maquiavélicas. Y si no redacté detalladamente un plan secreto mediante el cual la Oposición le ofrecía a Sánchez mantenerle de presidente-rey-florero eternamente a cambio de ejercer como su valida y gobernar fue porque, bueno, nada podría cargarse más rápidamente este sueño navideño mío que un Gobierno de nuestra Oposición.

Horas después leí la noticia de la dimisión de Justin Trudeau. Las radios comenzaron a llenarse de ecos de aquellos análisis que vienen avisando desde hace meses del viraje definitivo del péndulo ideológico occidental. Mark Zuckerberg apareció en la pantalla de mi móvil reconociendo que sus fact checkers llevan años ejerciendo de censores wokistas pero que, tranquilos, su objetivo repentino es erradicarlos e imitar la estrategia de Elon Musk para garantizar en sus plataformas la libertad de expresión. En el ambiente comenzó a respirarse el tufillo de que los millonarios del mundo han terminado de otorgarle a Trump una victoria cultural que sobrepasa a la que ha conseguido en las urnas. Y yo, que nunca he sabido seguir el rastro del dinero pero sí a quienes lo siguen, no pude más que girar la cabeza hacia nuestro presidente. ¿Será capaz? me pregunté. Y no me costó demasiado imaginarlo encaramado a ese trapecio que regresa raudo desde el extremo izquierdo del parlamentarismo mediático hacia el extremo derecho como si de verdad pudiese reconvertirse de repente en Giorgia Meloni y sobrevivir. De decidirse a hacerlo, su discurso ya estaría escrito: "Es necesario adoptar políticas de extrema derecha si queremos evitar que gobierne la extrema derecha", leerá. Y la masa sanchista le aplaudirá.

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