
Ni media duda de que el Consejo Superior de Deportes (CSD), un organismo del Gobierno, iba a imponer la inscripción de los jugadores del F. C. Barcelona Dani Olmo y Pau Víctor. El club catalán debería estar ahora mismo en la última categoría del fútbol español por haber alterado la competición durante los diecisiete años que estuvo pagando al vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, un tal Enríquez Negreira, para que pastoreara y aleccionara a los trencillas que debían pitar al Barça. Pero el mayor escándalo futbolístico de compra de voluntades arbitrales en toda Europa no le ha pasado factura al club, cuyos directivos aún tienen el cuajo de atribuir los títulos del Real Madrid a los favores arbitrales.
Con el Barcelona siempre pasa lo mismo. El caso Enríquez Negreira, nada. Las palancas (el timo de la estampita) para saltarse el juego limpio financiero, nada. La chapuza de Dani Olmo, nada. El club de los desastres siempre sale airoso de los más complejos trances. Nadie se atreve a aplicar las reglas en el caso del considerado como el segundo mejor equipo de España. Pero los favores arbitrales, la vista gorda administrativa, las facilidades para recalificar terrenos, fichar jugadores e incumplir todas las normas federativas que haga falta no impiden que los rectores de esa entidad se quejen todos los días y a todas horas de supuestos complots merengues en su contra.
Esa cualidad, el victimismo, hace del Barça el reflejo exacto de los políticos separatistas catalanes, a los que el lloriqueo sistemático les ha proporcionado en los últimos tiempos indultos, amnistías, condonaciones de deuda y financiaciones singulares. Y si la clase política catalanista opera al margen de la ley, como si no les afectara; el Barça, Farsa o Palancas F. C. hace lo mismo con la ayuda de los gobiernos de turno.
Ahora mismo, un exministro socialista, José Manuel Rodríguez Uribes, al cargo del CSD, acaba de certificar el enésimo capotazo para quienes creen que alegar un supuesto desconocimiento de las normas les exime de su cumplimiento. De ahí que a los antedichos motes del club catalán haya que sumar uno todavía más apropiado. El Barcelona es el equipo del régimen. Lo fue durante el franquismo y lo sigue siendo ahora con Pedro Sánchez.
No hay más. En este último episodio de la inscripción de Olmo (un caso menor en comparación con la compra de favores arbitrales, como ha constatado Juan Manuel Rodríguez en este mismo medio) hubo quien creyó que a Laporta se le había acabado el crédito. No contaban con la historia, con los antecedentes. Pero es que la historia en Cataluña no vale nada. En TV3 han llegado a decir que Macià murió fusilado. Sí, por un pelotón mandado por un apéndice inflamado.
La Generalidad de Salvador Illa ha anunciado que al igual que Sánchez también organizará actos y "actividades pedagógicas" sobre el franquismo, pero es harto improbable, por no decir imposible, que en ese repaso se incluyan los favores que Franco y sus militares dispensaron al club de los "culés", como la recalificación de los terrenos que ahora ocupa el esqueleto del Camp Nou. Y en este particular asunto, el fútbol es política y solo política. Gracias al Barça, el único interés de las competiciones futbolísticas españolas radica en que algún equipo de pueblo o de barrio elimine a un Primera División en la Copa del Rey. Todo lo demás está contaminado por las trampas de Laporta y sus antecesores.