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El bloqueo de Melilla

Marruecos decidió unilateralmente cerrar la aduana de Melilla hace 6 años con clara intencionalidad política. Cometió una agresión contra España.

Marruecos decidió unilateralmente cerrar la aduana de Melilla hace 6 años con clara intencionalidad política. Cometió una agresión contra España.
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el rey de Marruecos, Mohamed VI. | Europa Press

Para fijar de antemano las posiciones: un estado sin fronteras seguras, es un territorio; un país sin relaciones de buena vecindad, es una nación amenazada; una parte del estado sitiada es un bloqueo y si lo es con una intencionalidad política, es una agresión.

En 1949, las cuatro naciones ocupantes que administraban Berlín, conforme a los principios acordados, esto es, el statu quo constitucional, decidieron una partición pero con la comunicación directa con la República Federal de Alemania a través de las zonas alemanas ocupadas por la Unión Soviética. La URSS decidió entonces bloquear por tierra Berlín Occidental, cerrando todo el tráfico por carreteras o vía férrea con dos objetivos, matar de hambre a los berlineses para que cayeran en las garras de Stalin, y sobre todo demostrar al mundo su fortaleza y determinación.

Aquel bloqueo se salvó gracias a un enorme puente aéreo. Este no hubiera sido posible si Occidente no se hubiera empeñado en proteger la legalidad, el statu quo consensuado y los derechos de los alemanes de Berlín occidental en 1949 aunque estuviéramos al borde de la tercera guerra mundial.

Marruecos decidió unilateralmente cerrar la aduana de Melilla hace seis años con una clara intencionalidad política, es decir cometió una agresión contra España. Pretendía saltarse el statu quo por la vía de la fuerza con el objetivo de generar una tensión que pudiera conducir en un futuro más o menos lejano a la entrega de las ciudades. Seis años después, Marruecos ha ofrecido a España para solucionar esta situación una aduana a la carta, es decir solo podría acceder un camión al día a la ciudad de Melilla y Marruecos decidirá unilateralmente qué productos se pueden vender y comprar en Melilla, algo parecido se pretende hacer con la nueva aduana de Ceuta. Lo ocurrido hoy con la primera furgoneta que casi de forma clandestina ha podido abandonar Melilla por la puerta de atrás con destino a Marruecos es esperpéntico.

Si Marruecos tiene algo claro es su visión. No hay otro país en África que tenga una ambición más definida y claramente ganadora que nuestro vecino del sur. Se ha buscado aliados de primer nivel como Donald Trump y Netanyahu; su rearme es el mayor de la región y con los F 35 que va a adquirir próximamente, según un reciente anuncio, dominará el espacio aéreo del Estrecho; su programa naval no es menos ambicioso. Sus inversiones públicas en infraestructura son superiores a los de cualquier país europeo con la creación de grandes puertos y zonas de libre comercio frente a nuestras costas, ferrocarriles de alta velocidad y un plan de implantación de energías renovables impresionante.

Su economía crece a una velocidad de crucero gracias a unos costes laborales indecentes y a un sistema político que limita la oposición política y la libre información y permite minimizar sus costes de producción con menores requerimientos medio ambientales o de tratamientos fitosanitarios.

Cuando Marruecos ofrece a España estos peanuts es porque sabe que puede hacerlo. El Gobierno español los acepta porque ha perdido la ambición nacional, porque solo quiere evitar un problema mayor o darle una patada hacia adelante. En cuestiones de relaciones de vecindad o fronteras no hay términos medios, o aduana abierta sin limitaciones o se cierra del todo y se aplican sanciones; eso si se está en condiciones institucionales y personales de aplicarlas. No podemos vivir siempre con el miedo a que dejen de colaborar en la lucha contra la inmigración ilegal o peor aún que nos envíen menores a nuestro territorio. Un país que no ha sido capaz de resolver el problema de Canarias con la inmigración o de los MENAS y hace de esto una gran cuestión nacional, tiene un grave desafío de identidad y de resolución.

Un estado, en determinados momentos, no puede aceptar un paso atrás porque justo está el precipicio tras nosotros. Durante siglos España tuvo grandes y poderosos enemigos y muchas veces lo derrotamos, pero con Marruecos, supuestamente un país más débil, siempre hemos encontrado la horma de nuestro zapato.

Perdida la ambición nacional, difuminando el concepto de frontera y acongojados por las malas relaciones de vecindad, el resultado no puede ser positivo. Esto no deja de ser un primer paso de una entrega en diferido, ya que lejos de fortalecer a nuestras ciudades autónomas, las debilitamos. No se trata de la razón, sino del status quo, de la Constitución, de las fronteras que están determinadas y nada de esto puede palidecer frente a la amenaza.

Una parte de la sociedad que considera estos conceptos obsoletos debe comprender que nuestro bienestar, seguridad y prosperidad dependen de que las fronteras cumplan su función, que no es otro que regular el tráfico de personas, no impedirlo, de que los vecinos se respeten por las buenas o por las malas y que todos los españoles ya sean de Ribadeo o de Melilla tengan las mismas oportunidades, los mismos derechos y la misma protección. La alternativa sería injusta y acabaría con nuestro país sumido en el caos.

Ponerse en su sitio y defender lo obvio no es una agresión y nadie debería interpretar nuestra fortaleza en la negociación como un peligro. Estamos obligados a defender lo justo y preparados por si los demás no lo entienden. Debemos tener excelentes relaciones con Marruecos y mejorarlas, debemos ser aliados pero con respeto, no con miedo, con esperanza, no con pesimismo, y sobre todo con transparencia y no espiando las comunicaciones del gobierno vecino para someternos al chantaje.

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