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Itxu Díaz

La tormenta de la vida

Sería bonito un resurgir gonzo en la prensa, algo como lo que está ocurriendo en Twitter desde que Musk se lo regaló por Reyes.

Sería bonito un resurgir gonzo en la prensa, algo como lo que está ocurriendo en Twitter desde que Musk se lo regaló por Reyes.
Hunter S. Thompson y Oscar Zeta Acosta en el Baccarat Lounge del Caesars Palace. | Archivo

Incómodo. Gruñón. Excesivo. Divertido. Borracho. Y exagerado. Hunter S. Thompson habría muerto mil veces si hubiera consumido toda la droga de la que presumía en sus escritos. ¿A quién le importa? Lo suyo era una actitud literaria y una forma de vida, pero por ese orden. De vida y de muerte, porque vivió fascinado por la literatura, la música y las armas, y murió deprimido, entre libros y fotos de ayer, volándose la cabeza en su fuerte Woody Creek con una Smith & Wesson del calibre 45.

Están a punto de cumplirse 20 años del pistoletazo final del loco de Kentucky y no sé en qué ha quedado toda la bacanal del periodismo gonzo, pero imagino que sus cenizas maceradas en whisky, si aún quedaban, fueron barridas en la última década por la escoba puritana de la cancelación. Ahora que el wokismo regresa al infierno de dónde no debió salir, sería bonito un resurgir gonzo en la prensa, algo como lo que está ocurriendo en Twitter desde que Musk se lo regaló por Reyes.

Tuvo miles de imitadores y no había cosa que le resultara más irritante. Lo comprendo. El camino literario ha de hacerse con podadora: primero para podar lo propio de todo lo que sobra, y después para podar todo lo demás. Hay que destruir antes de construir. Imitar es vejarse. Imitar es engañar. Imitar es aburrido. Además, El Derby de Kentucky es decadente y depravado, considerado el pilar fundacional del periodismo gonzo, es inimitable, salvo después de mordisquear todas las posibles variedades de setas que volvían loco al bueno de Sánchez Dragó, y en tal circunstancia, no hay quien demonios escriba sin renglones torcidos.

De Hunter S. Thompson me atrae la diversión. Su literatura es, por abrazar lo superficial, muy divertida. Y es un modo de entretenimiento que a veces resulta humorístico, esbozas una leve sonrisa, y otras simplemente adictivo. Te lo lees entero, aunque solo sea para tratar de calibrar qué tipo de cerebro frito puede tener el muchacho para ensartar tamaña colección de lisérgicos disparates. Pero, claro, son disparates magistralmente escritos. Y poseía ese don tan propio del nuevo periodismo: captar la personalidad de gentes anónimas con vidas nada fascinantes y convertirlas en sus artículos en personajes de novela de culto.

Lo que se echa de menos en el papel reciclado es, ante todo, el regodeo. La mayoría de los columnistas nos hemos vuelto aburridos por intensos –me incluyo por falsísima solidaridad, pero es mi obsesión y lucha diaria—, por el estúpido propósito de querer cambiar el mundo con una columna, que es como intentar acabar con el cambio climático construyendo carriles bici en un pequeño pueblo del pirineo aragonés. Y en aquellas ocasiones en que nuevas firmas se entregan al humor, o al menos al puntito gore, la decepción es aún mayor, porque creen que se puede hacer algo divertido sin saber escribir, o creen que lo grosero, lo sangriento, o lo hiperbólico en sí mismo es digno de admiración. El carro antes que los bueyes nunca es del todo práctico.

Siempre paradójico, Hunter S. Thompson ejercía a diario la autodestrucción en público, pero se dejaba la piel en privado tratando de sobrevivir, pidiendo adelantos a todos sus editores, o mendigando el cariño de sus amigos lejanos. De modo que quería autodestrucción, pero mañana, hoy prefería la juerga. Lo descubrimos cuando publicaron su correspondencia privada y cualquier otra cosa me habría decepcionado.

Hay riesgos en el modo en que afrontó su carrera y sus filias ideológicas. Nunca fue una mariposa fácil de cazar. Se dice que entregaba sus artículos tardísimo a propósito, para evitar que los editores tuvieran tiempo de modificarlos. Y, aunque vivió rodeado de amigos, siempre se sintió un tipo solitario. Vivió a la contra y en libertad, salvo de sus adicciones, y la ventaja de marcarse ese camino es que, al final, nadie podrá decir si te salió mal o bien, excepto tú mismo, que sabes que recorriste exactamente la senda que querías recorrer.

Se me ocurren mil formas más prácticas, rentables, seguras, y tranquilas de afrontar la vida literaria y periodística. Pero lo entiendo, porque yo tampoco valgo para ninguna de esas mil maneras prefabricadas. "Dejaremos que el lector responda por sí mismo a esta pregunta", escribió en una de sus cartas de juventud, previas a la fama, "¿quién es el hombre más feliz, el que ha desafiado la tormenta de la vida y ha sobrevivido o el que se ha quedado seguro en la orilla y simplemente ha existido?".

Hunter S. Thompson eligió desafiar la tormenta de la vida. Por eso todavía hoy podemos recordarlo.

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