
Cuando uno se sienta a una mesa de póquer y sospecha que sus rivales hacen trampas, lo más prudente es levantarse. Pero, si hay que seguir, y el PP no tiene más remedio, sólo puede hacerse con trampas mejores que las de los otros.
El PP juega con Sánchez como si fuera uno de esos políticos que, aunque mal encarado y resabiado, juega ateniéndose más o menos a las reglas. Y no digamos con Junts, con quien espera entenderse siendo como es uno de los mayores enemigos de España, con permiso de Bildu. La jugada que los dos tramposos conchabados, Sánchez y Puigdemont, le han hecho es de Óscar. Ya era mosqueante que el PSOE no rechazara de plano la tramitación de la proposición no de ley de Junts con la que pretende votar si Sánchez debía o no someterse a una cuestión de confianza. Que la Mesa pospusiera su decisión debió hacernos sospechar a todos. Como debieron hacerlo, tras el decaimiento del decreto de las pensiones, las teatrales promesas de que el escudo social no se trocearía. Luego, en menos de seis horas, los dos tahúres alcanzaron un acuerdo. Quizá tanta rapidez no sea más que el fruto de una confluencia de intereses, pero más parece que los dos son como unos viejos amantes de la prensa del corazón, que fingen divorcios y reconciliaciones para cobrar una y otra vez la exclusiva a los medios cómplices.
El caso es que, con encontronazo fingido o reconciliación real, el PP se ve ante lo que Forsyth llamaría la alternativa del diablo. Junts ha consentido, contra su propia ideología, que el decreto conserve la protección de los inquiniokupas. Ante esto, el PP no puede convalidar el decreto que establece la subida de las pensiones. De esta forma podrá nuevamente ser acusado, como durante la campaña de 2023, de ser enemigo de los doce millones de jubilados. Para evitarlo, podría votar a favor. Pero, si lo hace, lo hará abandonando a los propietarios arrendadores, a los que se les prometen unos avales del Estado que, conociendo a Sánchez, sabemos que cobrarán tarde, mal y nunca.
Encima, respaldaron en su día la tramitación de la proposición no de ley de Junts, a pesar de ser prerrogativa exclusiva del presidente la decisión de presentar una cuestión de confianza, con la manifiesta voluntad de votar a favor de ella. Ahora no pueden desdecirse y se ven en la obligación de seguir apoyando a Junts en esta maniobra que, carente de toda eficacia práctica, para lo único que servirá es para poner en tela de juicio nuestro sistema parlamentario, que obliga a tener que seguir soportando a un presidente sin los respaldos suficientes. Es verdad que la votación que propone Junts deslegitima a Sánchez, pero eso a él y a su partido les da igual. La que de verdad queda deslegitimada es nuestra Carta Magna. Génova podría, para contrarrestar este efecto, votar en contra de la proposición y no permitir que Junts le afeé la cara a nuestra democracia, pero entonces parecerá que el PP apoya la idea de que Sánchez continúe como presidente. El resultado es que, haga lo que haga Feijóo, sale perdiendo. Y mucho. Y las pasará canutas para defender lo que decida ante la ciudadanía. Y para colmo, no es Demóstenes. Le está bien empleado por fiarse de Puigdemont. ¿No habría sido más fácil hacer lo que Vox: a todo que no?