
Nos ha dicho esta semana la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, famosa por sus singulares teorías sobre los ricos que se prepararan para abandonar este planeta en sus cohetes espaciales, que es necesario reducir la jornada laboral en media hora porque no podemos vivir para trabajar, porque no podemos ser mercancía laboral, porque la felicidad depende de ello.
También le ha dicho a Carlos Alsina, en una entrevista, que ella no practica esto, que se levanta a las cinco de la mañana cada día y termina muy tarde. Y que, aún así, es feliz. Reconoce, la aspirante a técnico de la NASA, que no predica con el ejemplo: en realidad, la izquierda jamás predica con el ejemplo. Es marca de la casa.
Es la sublimación de la cultura de la izquierda, del indisimulado ataque a la filosofía del esfuerzo, plasmada antes en aquello de que todos debemos cobrar lo mismo o que es conveniente pasar de curso aunque no apruebes, no sea que el repetir curso te pueda provocar un trauma mental irremediable.
Repito que es la cultura de la vagancia, de la gandulería, de la flojera máxima. Y uno intenta imaginarse lo que sería el mundo si nuestros antepasados o incluso nuestros coetáneos consideraran que trabajar es la causa de la infelicidad. Habría que ver si, con esa filosofía del mínimo esfuerzo comunista, el ser humano habría logrado inventar la rueda o descubrir el fuego, si habría habido revoluciones industriales o llegado la primera computadora, si se habrían escrito El Quijote o Hamlet, si podríamos escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven o La Traviatta de Verdi, si podríamos viajar sobre el agua o a través del aire, si se habría logrado terminar con todas las enfermedades mortales que hoy no lo son o si tendríamos vacunas con las que prevenir otras, si Einstein habría dado con la Teoría de la Relatividad o Darwin habría esbozado la de la Evolución de las Especies, si habríamos llegado a la luna o si hoy podríamos disfrutar de la Gran Muralla China, de la Torre Eiffel, la Alhambra de Granada o de la Sagrada Familia.
Para la izquierda, para Yolanda Díaz, para el gobierno social-comunista, que el martes aprobaba mandar esta soberbia majadería al Congreso para que sea aprobada, el esfuerzo, la superación y la búsqueda de la excelencia es el enemigo, un enemigo de la felicidad.
Es el camino que nos conduce a la Venezuela actual o a la Europa del Este de hace 60 años. Y lo que es mucho más cercano, a la Andalucía de décadas de socialismo institucionalizado en la Junta, con camas en los pasillos de los hospitales, autovías que se terminaban diez años después del plazo establecido o que se dejaban décadas en obras, infraestructuras de salud que veían llegar la primera piedra y nunca la segunda y perpetuidad en la cola de todos los indicadores de desarrollo, cultura, economía o educación.
No hay que leer e investigar mucho para encontrar, en aquella Andalucía, a un regimiento de vividores que han estado chupando del bote por obra y gracia de la filosofía del subsidio, acudiendo a cursos de formación por los que cobraban 1.600 euros al mes a cambio de mirar a una pizarra sin hacer nada; o acumulando dinero "para asar una vaca"; o trabajando con el Word Perfect una década después de que este programa desapareciera; o sosteniendo la industria de "lo horizontal" con el dinero del contribuyente.
Es lo que ocurre cuando se cambia la cultura del esfuerzo por la de la ayuda pública, cuando se sustituye el emprendimiento por el subsidio, cuando desde el poder se traslada la idea de que se es más feliz cuando te regalan media hora de trabajo en lugar de ofrecerte la posibilidad de prosperar incrementando tus esfuerzos y rendimientos. Buen viaje, amigos: al fondo ya se ve Venezuela… y la "Andalucía imparable" del subsidio, los cursos de formación, el tercermundismo sanitario, las obras inacabadas y las vacas asadas.
