
Hace años, Rodríguez Zapatero, como presidente del Gobierno español, felicitó el Ramadán a los musulmanes en los fastos de la Alianza de las Civilizaciones que montó con Erdogan, el presidente turco a quien ahora algunos descubren como autócrata. Aquella primera felicitación calurosa se entendió que iba dirigida a un mundo musulmán que estaba, más bien, fuera y lejos, también físicamente lejos de nosotros. Hoy, en cambio, el mundo musulmán al que se dirigen las cariñosas felicitaciones de autoridades españolas de todo tipo es el mundo musulmán que está aquí, entre nosotros. Tan aquí que se acaban de ver masivas celebraciones del fin del ayuno en un estadio de Bilbao o en un recinto en Vitoria, lo cual no demuestra, como parece a simple vista, que a la doctrina de Arana le haya salido el tiro por la culata del todo. A fin de cuentas, los"maketos" eran —y son— los españoles de otras regiones.
La secularización, en cualquier caso, está produciendo fenómenos extraños. En la secularizada Europa, antes y en la secularizada España, ahora, el abandono del cristianismo, la religión propia, cursa simultáneamente con un respeto extraordinario por las prácticas de otra religión, la musulmana, que se llevan a cabo en suelo español y europeo. En vez del laicismo militante que podía esperarse al término de un proceso de secularización, de un desdén y un recelo sistemáticos frente al hecho religioso, resulta que estamos desarrollando un papanatismo ante una religión ajena. Uno que aumenta a medida que esa religión se muestra de forma más abierta y desacomplejada en el espacio público.
No se ven en la política y en los medios los gestos de frialdad ante los ritos musulmanes que serían coherentes en quienes proclaman que la religión y el Estado están separados y que la práctica religiosa debe ser asunto privado. Estamos ante un laicismo parcial, selectivo y, por ello, falaz. La fe multiculturalista, porque fe es, aunque de matute, manda ser laicista con el cristianismo y no serlo con otras confesiones. En traducción exprés: "nosotros no queremos ver la religión ni en pintura, pero nos encanta que otros sean religiosos, siempre que no sean cristianos".
El laicista falaz, si se ve en el apuro, contesta diciendo que las prácticas religiosas musulmanas que respeta y apoya no son "religión", sino "cultura". Como se trata de "su cultura" y la fe manda ser tiernos y tolerantes con las "otras culturas", el laicista de pega ve justificado el respeto que siente, y hasta reconocerá un poco de envidia. "Yo, tan descreído, pero mira esa gente con qué intensidad vive su fe, digo su cultura". ¿Y no es también cultura el cristianismo? Sí, pero ese laicista no siente lo mismo. No lo siente porque es su propia cultura. El "multiculti" es aquel que celebra la diversidad cultural, pero excluyendo a la cultura propia. No tiene ni que pensarlo, lo hace de forma automática. En el fondo de la fascinación por los ritos musulmanes que se hacen en público en suelo español y europeo encontramos el viejo complejo de culpa occidental. Y escarbando más, topamos con un sentimiento de superioridad que nuestro "multiculti" no sabe que tiene. Pero tiene. Es el civilizado que observa con la satisfacción de quien asiste a un espectáculo, las costumbres exóticas de los que están por civilizar.
